Mi dermatóloga, la doctora Dryk, es polaca. Yo tengo una piel fina y blanca. De pequeño me curaban las quemaduras del sol, después de un día de playa, con paños de vinagre. Luego se descamaba en hombros y espalda en finas capas de azúcar glaseado. La cuestión es que, desde hace años, tomo inmunosupresores por el trasplante. Es curioso que, después de once años, mis linfocitos sigan atacando un órgano que me mantiene vivo y filtra mi sangre. Nunca lo aceptarán. Es como una guerra de la independencia, solo que, si gano, muero. Así que, entre otras cosas, me salen manchas en la piel de distinto tipo y hay que controlarlas. Dryk, una mujer joven y con esa belleza fría que atribuimos a los polacos, me examina detenidamente como un veterinario mira a un perro grande. A mi edad no es nada vergonzoso que examine mis axilas o mis ingles en busca de posibles melanomas. Es lo más íntimo que he tenido con una mujer en tiempo. Tras varias visitas ya me mira como a un familiar mayor y acepta alguna gracia, que quizás no entiende, sonriendo levemente sin mirarme.
Y aquí empieza una sesión sadomaso, que dura unos diez minutos de sentimientos encontrados. La doctora lleva una bata blanca y un jersey azul escotado debajo y zuecos de esos con agujeros. Lleva la bata abierta y cuando se inclina veo el nacimiento de sus pechos. Coge el spray de nitrógeno líquido y, en función del grosor de la mancha, aplica una medida de medio segundo, un segundo o dos, máximo. Primero en la frente, sienes, pecho y espalda. Ella empuja, gira, pellizca y quema sin decir una palabra. Me provoca un principio de erección muy agradable. Es más, una erección interna que no influye en la morfología exterior. Estoy desnudo sentado en una camilla. Me tumbo para que examine los genitales, las ingles. Solo hay dos lesiones maculares que debe quemar. Me dice que no respire y me quede quieto. No respiro, miro sus ojos verdes concentrados y siento una lanza de hielo durante un segundo y luego otra seguida sin parar. Hemos acabado y me entran ganas de fumar un cigarrillo.
Vuelvo a casa en mi bicicleta BH y el sillín roza mis ingles. No me molesta nada y sigo pensando en la doctora Dryk hasta que llego a casa y apunto en el calendario la próxima cita.