A las ocho y media
quisieron meterme
una salchicha pútrida
por el ano,
pero descubrí un meteoro
extraterrestre
y se confiaron
a las salamandras.
Masticaron uranio
en una pista de tenis
mientras se enfrentaban
por un beso,
mas los esputos vitriólicos
que soltaron
escribieron poemas sórdidos
en los arcenes de las autopistas.
En una pradera asolada
por la basura cósmica
cascaron dos huevos de pato
al amanecer
y las patatas brotaron
en las orejas
de los que habían fallecido
sin dejar herencia.
Me palpaste la axila
en la penumbra
para buscar escolopendras
drogadas con hachís,
y yo giré mi cabeza
oteando paisajes cancerígenos
en los testículos ajados
de quienes poblaban las escuelas.