Leer

La termita y la palabra

 

Entre el informe entomológico que toda editorial encarga (a ciertos lectores de la casa) cuando le llega el inédito de un escritor desconocido y el texto elogioso que una vez publicado campea en la solapa, aletea (según el crítico azteca Domínguez Michael) la «exacta» idoneidad. 

El primero, exacerbadamente crítico, semejante a la exploración médica que los futbolistas de élite sufren en sus propias carnes (ya mercantilizadas) antes de fichar, suele ser frío; el segundo (ya enfundado el sable de la crítica) un altar. 

«He aquí la obra que usted (lector sensato) no podía dejar de esperar. Un libro extraordinario de factura clásica que el mismo Cervantes hubiese querido escribir. Sin más.» 

La vida cotidiana es esa prosa exacta que iza lo humano entre el primer informe y el elogio interesado cuando ya el libro se transforma en objeto. 

La conciencia redacta el texto cainita; la ética decide si el absurdo que somos es o no publicable. 

El umbral de la casa nos corrige y edita, el tiempo nos expone. Nos lee, el olvido; su cónsul terrestre: la prisa. 

La muerte nos descataloga.

El afecto nos reedita. 

Somos libros encuadernados en carne, escritos en papel de sucesivos días. 

Cada experiencia es un párrafo, cada somnolencia un punto y seguido en la ficción de la vida. 

Algunos libros, algunos seres, sufrimos enfermedades que son peces de plata nadando en el mar, eterno Mare Nostrum, de la rutina.

Y rosigan las páginas, ¡qué siniestra ironía! Y en ese rosigar abren fosas o dinteles: rosetones de esperanza instantánea en la catedral povera de la melancolía. 

Somos libros humanos. Meros libros, escarcha extinta. 

Los psicólogos buscan mediar entre el primer informe y la solapa; los poetas, bajar al corazón de los peces de plata. Cantar su nadar. Llevar a los insectos el plancton de su ictiología. 

Yo no soy psicólogo y no sé escribir la palabra «poeta»; sí aprendí a besar, con los ojos abiertos, a los peces de plata. Insectos de la mar literaria; peces de la tinta.

Como besa, el texto intermedio del amigo Domínguez Michael, la boca irreal de la verdad. 

Como besa la Tierra a sus terrícolas; la reja a la libertad.

Ese globo azul que en la mano infinita del niño infinito gira, gira, gira, del sueño al lagrimal.

Gira.

 


Más artículos de Izquierdo Dani

Ver todos los artículos de