Cualquier sumiller que se precie ha de conocer bien qué se cocina, en todos los sentidos, y no solo los dedicados a la detección de propiedades organolépticas. Es, por decirlo así, una extensión de quien cocina, pero también del anfitrión o del propietario del restaurante. No habrán bastado horas y horas de entrenamiento «pituitario» si no conoce la oferta de platos ni atiende a las demandas de los comensales. Sé que mis queridas lectoras depositan en mí una generosa visión, adjudicándome «mucho mundo», que no les voy a negar, pero, como comencé describiendo, ni siquiera yo soy una entendida en vinos.
No obstante, he descubierto una graciosa aplicación que me saca de un apuro cuando no puedo contar con el saber de mi adorado Giorgio. La aplicación se llama StopWhine* y apenas cuesta tres euros mensuales en su versión básica. En un par de clics me salvó de un apuro recientemente… Nada, una tontería: hace unas semanas seduje a un ragazzo appetitoso y me lo llevé a mi residencia en Capri un viernes —Che errore mio!— en que había dado unos días libres al servicio. ¿¡Qué hacer!? Porque no solo de carne vive l’uomo, y no me hagan entrar en detalles, que una es una dama; el caso es que de los placeres de la carne y del champán debíamos avituallarnos para reponer fuerzas, y esta aplicación me apañó el plan del fin de semana.
Por eso, amigas, no es tanto el vino como la ocasión, y la ocasión la pintan calva si en el vino está la verdad, como sugirió Plinio el Viejo.
*La expresión inglesa stop whine se traduce como «deja de quejarte».