Viaje al interior

Pesca de arrastre

«Para conocer el mundo en el que vivimos es necesario conocernos a nosotros mismos». Esta era la lapidaria frase que figuraba como lema de presentación de aquel curso al que asistió Armando ese verano en el que decidió dejar de fumar. «Aprende a conocerte», se llamaba.

—Bueno, por probar que no quede —se dijo—. Si luego resulta una patochada, lo dejo y en paz.

Escéptico por naturaleza, se enfrentó a la primera clase con una ligera incredulidad; pero, según fueron pasando los primeros minutos de exposición, ese temor se fue disipando en el aire y el interés fue reemplazando a la desconfianza. Le estaba gustando lo que estaba escuchando. Y el ponente era muy bueno, un gran comunicador que sabía muy bien conectar con su público. De tal manera que, tras la primera sesión, se fue Armando a su casa plenamente satisfecho.

—Somos en realidad un universo en pequeño. Nuestro sistema nervioso, nuestra piel, nuestras células, conforman un mundo propio con sus leyes y sus grados de interacción propios —decía el ponente en la segunda jornada de clase—. Si somos capaces de entender esto, estaremos en disposición de entender a los demás y de comprender el mundo que nos rodea. Las mismas leyes que gobiernan nuestro cuerpo y nuestra psique son las que rigen el universo conocido, del que nuestro planeta forma parte.

Realmente le estaban pareciendo las sesiones sumamente interesantes y provechosas. Disfrutó mucho del curso. Se le hizo corto.

Cuando llegó a casa, se preparó algo de bebida, se puso un poco de música. Eligió un tema especial que conectara con su estado anímico y puso en su equipo de sonido Marantz un vinilo de los primeros años ochenta, titulado Cosmos, de Vangelis, muy vinculado en su día con la serie y el libro de Carl Sagan y con las músicas relajantes y de ambiente típicas de los planetarios. El espacio estaba de moda en aquellos tiempos. Y la música instrumental sugerente que creaba atmósferas adecuadas para la comprensión del universo pegaba fuerte. Armando eligió esta música para relajarse un rato y como una forma de continuar con aquella frase lapidaria que le saludó el primer día de clase:

«Para conocer el mundo en el que vivimos es necesario conocernos a nosotros mismos».

Dio un trago largo a su bebida, se tumbó en el sofá, entornó los ojos e intentó relajarse. Se propuso sentir todo su cuerpo. Cada poro de su piel, cada milímetro de su carne, cada célula tenía su valor, su importancia. Hizo un esfuerzo por verse desde dentro. Buceó en su interior. Se sintió un glóbulo rojo circulando por sus arterias; una burbuja de aire entrando en sus pulmones; una neurona transmitiendo a velocidad del rayo los impulsos nerviosos; una glándula lacrimal fabricando una lágrima que lubricara sus párpados. Notó sus latidos, su ritmo al respirar, el parpadeo inconsciente del ojo, el tacto suave del sofá, el regusto residual en el paladar del trago que acababa de tomar, el movimiento de sus intestinos… Percibió sus músculos, sus diferentes órganos, sus articulaciones y sus huesos. Notó que todo estaba en orden, que la armonía reinaba entre las diferentes partes de su organismo, que era muy joven todavía para que se produjera un cataclismo en su interior que acabara con la paz que ahora reinaba en su cuerpo.  Entendió que las patologías y la vejez serían como revoluciones incontrolables o guerras devastadoras que acabarían por desestabilizar y destruir todo el sistema. Comprendió entonces que formaba parte del universo. Un universo en equilibrio.

De pronto, un retortijón en el bajo vientre le avisó de que algo no iba correctamente. Tal vez la comida aquella del mediodía. O posiblemente la bebida con gas que se sirvió hace un rato y que no le sentó del todo bien. El caso es que tuvo que dejar aparcada de momento la placidez que disfrutaba para dirigirse apresuradamente al baño.

Los pedos que se iba tirando por el pasillo eran el inequívoco aviso de que el universo particular de Armando había entrado en una especie de big bang, una explosión que amenazaba con romper la placidez de un día tranquilo.