El aceite nace de la humildad de las aceitunas prensadas y exprimidas y se convierte en un elemento rico que hace ostentación de aroma y sabor.
Junto con el pan y el vino constituye el fundamento nutricional de los pueblos mediterráneos. El hombre de estas latitudes amables ha atribuido al aceite cualidades que van más allá de la nutrición primaria y lo ha utilizado como remedio de los males del cuerpo y del alma.
Así, pues, el aceite para el cuerpo se ha convertido en aceite de belleza cuando las jóvenes de Misia untaban sus cabellos negros para presentarse bellas en el paraninfo de Pérgamo o cuando, al anochecer, las poetisas de Lesbos ungían sus rostros y sus manos y se disponían para el recital de epigramas.
Se ha convertido en aceite cosmético cuando las heteras del rey absoluto lo utilizaban para lubricar su piel sedienta de lujuria o cuando atletas y sacerdotes embadurnaban su cuerpo de forma que les distinguía como histriones. Como siempre, el caso es que putas, saltimbanquis y curas se ponían pringados de pies a cabeza.
El aceite para el cuerpo ha sido aceite terapéutico en los mil preparados que hicieron los boticarios del Renacimiento: brebajes asquerosos para los Sforzza, pomadas para los duques de Mantua y remedios aceitosos neoplatónicos que algún discípulo de Ficino preparó para los Medici o para Pier Francesco Orsini, el contrahecho futuro duque de Bomarzo, quien confiaba aplanar su joroba con friegas de aceite tibio.
El aceite de oliva que el hombre clásico se introdujo en el cuerpo ha sido aceite culinario o aceite dietético para alimentarse.
También ha sido aceite de clistel para el tránsito intestinal aplicado por el ano con cánulas de diversos diámetros.
El uso del aceite de oliva ha transcendido lo estrictamente físico y ha sido utilizado con finalidades simbólicas referidas a las potencias del alma o relacionadas con el paso del tiempo, esta acción maligna que tantas y tantas señales deja marcadas en la cara, en el alma y en la vida del hombre.
El aceite sacramental ha servido para ungir a los recién nacidos y disponerlos al bautismo, y para ungir a los moribundos y disponerlos a la extremaunción.
Más allá de la muerte se ha utilizado un aceite de ultramortis para embalsamar a las momias y para dar lustre a naturalezas muertas, es decir, cadáveres. Cabe decir que con el auge de la tanatoestética el consumo del aceite de ultamortis ha experimentado un notable incremento.
Ha sido aceite de ofertorio en los sacrificios que se ofrecían a los dioses inclementes que a pesar de todo continuaban con su mala baba, y aceite fundacional cuando Cécrope lo llevó desde Egipto y lo utilizó en la ceremonia de fundación de Atenas.
El aceite de oliva ha tenido otros usos más prosaicos:
Aceite lubricante, cuando se utilizó para engrasar el filo de la guillotina.
Aceite impermeabilizante, cuando ha servido para impregnar odres y las botas de los soldados de Mussolini.
Aceite combustible, en lámparas de basílicas y monasterios o en los candiles de las chozas de la plebe medieval.