Valentina y Valentín

Las cartas boca arriba


Querida Valentina:



Utilizo las redes para llegar hasta ti.

Estás sentada a mi lado, colgada de la tablet y pendiente del móvil como si te fuera la vida en ello.

Quizá si me lees en tu correo de Facebook tomes conciencia de que todavía existo, mientras el día se despide y la noche cae a plomo sobre nosotros. ¿Te das cuenta? La noche se ha colado en nuestras vidas, envuelta en disimulos, y nos hemos quedado con su peso prendido en la dorsal. ¿Lo notas?

La televisión emite un documental sobre el cometa Halley de 1986, el año en que nos conocimos. Desde entonces, Valentina, hemos cocinado, a fuego lento y sucesivamente, nuestro encuentro, la pasión y el desamor. Dicen que el desamor ayuda a suavizar el sufrimiento que produce la indiferencia. En eso estoy.

A nuestro lado ya no hay niñas lloronas, perros pachones ni migajas de magdalena; no hay compromisos bancarios, ni padres a los que atender. Tu lees en tu tablet, Valentina, y yo en mi portátil. De vez en cuando echamos una mirada al documental, y así vamos haciendo tiempo hasta que llegue el momento de irnos a la cama y conciliar el sueño. De momento el parcial; ya llegará el definitivo.

Consulto en internet y me entero de que el cometa Halley no volverá a pasar cerca de la Tierra hasta el 2062. Evidentemente ya no estaremos aquí para contarlo. No importa. Tampoco lo vimos en 1986, cuando nos amábamos tan intensamente que no teníamos tiempo de mirar al cielo.

He salido un momento al balcón para airearme un poco. Al entrar he notado que la atmósfera de nuestra casa está cargada. La estufa del salón deja escapar unos pocos electrones a través de sus conductos esclerotizados. No hay más energía que la que arde.

Y aquí andamos, Valentina, jugando al escondite entre las luces y sombras de nuestras pantallas.

Ya sé que no suena muy romántico, pero feliz día de los enamorados.

Valentín