Querida mamá:
¿A que no sabes cuantos dientes tenemos en la boca? Me refiero a todas las piezas dentales, los dientes, las premuelas, las muelas y las muelas del juicio, que sólo las puedes contar si las tienes. Dice Lisardo que si no te han salido las muelas del juicio te falta algo, como a mí. Pero ya me saldrán. Hay personas a las que no les salen nunca, y se pasan la vida esperando y esperando, aunque me parece que esperar es mejor que tenerlo todo en la vida y ya no tener nada que esperar. Total, que si no tienes las muelas del juicio, entonces te faltan cuatro. Por lo tanto, y volviendo al principio, ¿cuántos dientes tienes? Si no lo sabes, métete el dedo en la boca y los cuentas.
Yo no tenía ni idea de cuántos dientes tenía hasta que me puse a contarlos y los conté, tocándolos con el dedo, despacito, de uno en uno. Primero los de un lado (por arriba y por abajo) y luego los del otro (por abajo y por arriba). No resulta fácil contarlos porque a veces te confundes: las muelas están muy juntitas y, al contarlas, puede que te estés tocando una muela o la de al lado, porque te lías, y entonces, dale que te pego, vuelta a empezar. Los dientes son más fáciles de contar porque puedes mirarte en el espejo con la boca abierta y verlos en directo. Los dientes son de muchos tipos, como por ejemplo los colmillos, que acaban en punta y van muy bien para morder, o las palas de delante, que sirven para enseñarlas cuando sonríes. Total, que después de meterme el dedo en la boca mucho rato, he averiguado que tenemos un montón de piezas dentales: exactamente 28, contando los dientes, los colmillos, las premuelas y demás. Y en cada diente y en cada muela puede haber caries, como las que tienen las monjas de este convento, que tienen la boca hecha un asco de no lavarse.
El mundo de la odontodoncia (me parece que se dice así) es extraordinario. Yo ahora estoy estudiando odontodoncia con Lisardo, que es el dentista del convento. Cada dos semanas viene a sacarles las muelas a las monjas más viejas y a dar consejos sobre cepillos de dientes y lavatorios bucales a las más jóvenes. Yo hago de ayudante de Lisardo porque la madre superiora me dijo que tenía que renovar mis amistades y Lisardo es un buen partido. Así que ya se lo puedes ir diciendo a la señorita Prats, que se quedará de pasta de boniato cuando sepa que me dedico a la ciencia. ¡Quién lo iba a decir de Merceditas! Pues sí, ahora me dedico a la ciencia, y en paz.
La idea de trabajar con Lisardo ha sido estupenda, porque así no me tengo que pasar la vida cosiendo servilletas y rezando. Prefiero contarme los dientes, preparar la medicación, ordenar las dentaduras y aprender cosas nuevas cada día. Por ejemplo, ¿sabías que hay supositorios de menta? Bueno, en realidad digo que son de menta porque son fresquitos y efervescentes: te dejan el cuerpo limpio por dentro y perfumado por fuera. Te sube el fresco hasta la garganta y te cambia el aliento.
Cuando terminamos con las monjas, jugamos a médicos y enfermeras, que es algo que siempre me ha gustado, aunque con Lisardo es más emocionante porque jugamos de verdad: nos tomamos la tensión, nos ponemos supositorios y lo que haga falta. Lisardo tiene una mirada extraña, un poco salida de sitio. Quiero decir que siempre está nervioso, pero eso me parece divertido porque así te ríes cuando se le caen las cosas de las manos. Algunas monjas, que son unas desagradecidas, le llaman el sapo, en lugar de llamarle por su nombre, Lisardo, que sería lo correcto.
La otra noche oí a Lisardo salir de puntillas de la habitación de la madre. Pienso que le estaría contando los dientes o vete a saber qué. Yo no estoy celosa, pero querría saber cómo acabará esto, es decir, si Lisardo ha de ser de todas las monjas o sólo mío. No voy a pasarme la vida dedicada a la ciencia para que luego si te he visto no me acuerdo.
Bueno, me voy a dormir, que hoy me he tomado la pastilla y tengo una desgana que me muero. Buenas noches, mamá. Te quiere tu hija,
Merceditas