Llueve. La calle vacía parece abandonada, como si nadie nunca hubiera de volver a cruzarla. Dices que nunca quisiste ser uno de los nuestros, ni de los suyos ni de los tuyos, y tus palabras retumban mezclándose con el sonido de la tormenta.
No eres de nadie, lo dices con certeza, como algo que has sabido siempre. Nunca has querido conjugar el verbo pertenecer en ninguno de los sentidos. Tal vez por eso has seguido caminos que nadie transita, aunque no lleven a ninguna parte.
Mientras la noche cae y aterriza delante tuyo como un manto negro, te acercas al fuego pensando que vives de prestado y en un lugar de paso. Porque eres de las ningunas partes, de los no lugares, de palabras que no se inventaron y de lugares que no fueron.
El fuego crepita con fuerza como si el tiempo no existiera, y recuerdas que una vez, hace años, hallaste un pequeño lugar en el bosque donde el tiempo se detuvo. Allí las palabras todavía tenían sentido y los besos aún eran de carne y hueso y de labio y lengua.
No, nunca serás de un lugar donde pertenecer sea un atributo, solo podrás ser de ese rincón del bosque que un día se perdió en el tiempo.
Imagen de @lauramakabrescu