Se habla a menudo del amor propio; en cambio, se ha hablado poco del pánico propio. A éste le es constitutivo el primero: no cabe el miedo a uno mismo en quien reina un desprecio absoluto de sí. Dicho miedo sólo puede aparecer en quien en alguna medida se quiere. (Quizá habría que añadir que esta medida ha de ser, probablemente, una gran medida.)
Hay que distinguir entre el amor propio y el mero instinto de supervivencia: todo bicho viviente se aprecia a sí mismo en tanto que quiere seguir vivo, en cuanto que quiere seguir siendo. (“Instinto de persistencia”, diríamos, si enfatizamos el ansia de ser –de no dejar de ser– del individuo, en lugar del ansia de vivir. Pero este énfasis en el ser podría dar pie a una generalización probablemente falsa: afán de ser de todo ente, sea o no viviente.)
Cuando nos amamos a nosotros mismos, lo que amamos en realidad es una imagen de nosotros mismos: uno no puede abrazar a su yo como abraza a su amante en la cama. Sobre esa imagen “egótica” proyectamos lo que sabemos y/o creemos ser; y también, sin duda alguna, parte de lo que queremos ser (lo seamos o no de hecho). Pues no puede haber amor hacia uno mismo si no se es, al menos en alguna medida, lo que se quiere ser. –Lo cual muestra una diferencia fundamental entre el amor propio y el instinto de supervivencia: frente a éste, aquél no es incondicional. (Además, el amor propio es autoconsciente.)
Hay en el amor propio, pues, una proyección, sobre el yo imaginario (proyección de lo real o de lo ilusorio), de lo que uno quiere de sí mismo. Tan significativo es lo proyectado en esta proyección, como lo que en ella se omite. Del mismo modo que uno puede proyectarse ante sí mismo como lo que no es, puede también no proyectarse como lo que es.
El “pánico propio”, en caso de germinar, hunde sus raíces en la tensión existente entre el “ser” y el “querer ser” del sujeto en cuestión. Está, entonces, estrechamente emparentado con el amor propio: éste demanda una elevada imagen egótica, cuyo contraste con el ser efectivo es condición necesaria para el conflicto del que nace el miedo de uno mismo.
Todas estas consideraciones no valen un duro. Cambio radical de estrategia.