Sinónimo y Antónima

El amor es lo que tiene



Salieron de un mismo vientre el día que brotaron las primeras hojas de primavera, las hojas crecían a su aire y también ellos nacieron cada uno a su antojo: Antónima sacó los pies primero, Sinónimo asomó la cabeza apenas doce minutos después.

Cada uno miró hacia el lado opuesto desde el primer instante, como si sus intereses estuviesen predestinados a alejarse desde el día en que nacieron.

El parto lo recuerda todo el hospital, duró siete días y siete noches, no se conocían registros de un alumbramiento tan largo. Tampoco se supo qué le ocurrió a la madre ya que desapareció al cabo de cuatro días, dejando a los mellizos huérfanos y solos con la enfermera de turno. 

Malas lenguas decían que los recién nacidos se peleaban con ímpetu por el mismo pecho y la madre se acobardó, no lo pensó dos veces y se fugó a Piamonte, su querida tierra.

El azar quiso que crecieran solos e indomables; los vecinos se quejaban de las continuas peleas y gritos en medio de la noche, pero no tardaron en independizarse y largarse cada uno por su lado. No se vieron nunca más.

Sinónimo acabó viviendo con Homóloga, una mujer encantadora y con la que coincidían en los placeres mundanos. Tuvieron unos quintillizos que les hacían la vida imposible, se intercambiaban a menudo el uno por el otro y el otro por el quinto, pero tuvieron una vida feliz.

Antónima tuvo una barbaridad de novios, ¡ni se sabe!, pero a cuál más opuesto a ella, y los amoríos acabaron siempre fatal, se tiraban los platos por la cabeza y más cosas que ni se pueden contar.

Los dos se especializaron en Lingua e Letteratura italiana, aunque tampoco en esas cuestiones se llegaron a compenetrar. Y ya octogenarios, compartían el gusto por andar y jugar al mus, pero aun así nadie logró persuadirlos para que hicieran las paces antes de morir. 

Eran hermanos de sangre, pero por las venas solo les corrían palabras, ya fueran opuestas, paralelas o afines. Palabras que nunca podrían encajar en un mismo verso o en una misma canción.

Sus restos reposan juntos en Montalcino, su pueblo natal. Los dos dejaron por escrito su epitafio, aunque en su sepulcro, coronada por un grabado con dos manos entrelazadas, reza una sola inscripción: Fratelli per sempre, amen.


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