¡Shhh!

Lógica (pati) difusa

 

La  última vez que lo vi fue en el túnel de lavado, allí estaba, sacándole brillo a la máquina, aislado por completo del mundo. Podría haber pasado por su lado y no me habría visto. Él era así, un tonto emocional. Lo digo con cariño, un tonto que no percibía mis señales. Era la suya una incapacidad natural y prevista en seres de su condición. No padecía enfermedad de ningún tipo, tampoco era un narcisista a quien le importara una higa la felicidad ajena. Al contrario, se desvivía por satisfacer a la gente, o sea, a mí, aunque sin atravesar jamás la superficie. No supiste, corazón, interpretar lo que se ocultaba detrás de mis palabras, gestos y miradas que revelaban deseos imposibles de verbalizar.

Durante el tiempo que estuvimos juntos, su naturaleza me pareció una ventaja, un don que facilitaba la convivencia. No era suspicaz, picajoso o quejica, ni siquiera cavilaba sobre los comentarios que le dirigía —bastante a menudo— con ánimo de herirle o de burlarme de él. Era un bendito, de una inocencia angelical, ¿cómo pude enfadarme con él?

Rememoro ahora, mientras lo recuerdo frotando el capó del coche, con ese afán infantil que une gesto y acción, sacando la lengua cuando la mancha requería une esfuerzo físico suplementario para borrarla. ¡Qué limpio era!

El día que le dije que lo nuestro había llegado al final del recorrido, me respondió: pero si hace una hora que no nos movemos del sofá.

Y así continuó durante un rato la conversación, sin pies ni cabeza. Yo acusándole de no saber leerme y él, con esos ojos divinos, oscuros como la obsidiana, contestando que si no sabía leerme era porque nunca le había dado nada escrito por mí. Me desquiciaba. Yo solo quiero estar contigo. Me dijo, y a continuación, con el mismo tono de voz: es el título de una canción, la cantaba Dusty Springfield, fue un éxito de 1964 «I only want to be with you». ¿Quieres que te la seleccione?

Cerraba las puertas a todos mis intentos de que asumiera su culpa y se corrigiera. Que sí, que era muy fácil la convivencia, sin broncas y con alguien que tenía respuestas para todo, sin embargo, sentía que algo nos separaba porque yo necesitaba muestras de cariño, de mucho cariño y él no tenía en cuenta mis sentimientos.

¡Me equivoqué, lo echo tanto en falta! Lloro todas las semanas un rato, los jueves a las seis, que era cuando hacíamos juntos la compra semanal. Antes de llegar a la caja ya había contado las calorías y el precio de cada producto. Desde que devolví a Manolo he engordado cinco kilos. Lo que más me duele es verlo con otra, que le limpie el coche a esa petarda, que le lleve la agenda y la entretenga con sus mil habilidades domésticas y sus saberes que se renuevan cada dos días. ¿Qué quieres una receta de verduras al horno? Tengo un millar. ¿Qué necesitas entender el contrapunto y profundizar en el barroco español? No te apures, ahora te lo cuento y de paso, te muestro ejemplos para que lo entiendas.

Han reseteado a mi Manolo. Lo han revendido y actualizado. Ya no guarda memoria de mí y eso es lo que más me duele. ¡Qué gran error fue apagarlo! ¡Shhh! Fue su último sonido, como un globo al desinflarse. Mi Manolo, en mala hora te saqué la batería de tu oreja izquierda y la tiré al fuego de la chimenea.