Sequía

M de Mirinda

 

A romper los cántaros, toca. Agua libre no queda a la vista o, de tanto verla, ya no me sacia la sed común. El panorama es seco, y araña con solo mirarlo. De hecho, soy grieta arenosa yo también. Espinas y labios caducifolios, lengua de esparto y mano sin pluma, tiesa. Nada brota, ni quedan reservas en embalses o en subterráneos, ni puedo recurrir a peceras olvidadas, a huecos de neumáticos abandonados: cunas de mosquitos y de sedosas miasmas vegetales, viscosos hilos infinitos. Todo es árido, como la tierra barrida por escobas adversas. No hay frutos en ciernes, ni despensas preñadas de eros. Solo queda un último cartucho: buscar depósitos olvidados, panzas de agua enterradas, y hacerlo con una parsimonia que es en realidad cansancio dulce o la asimilación por ósmosis de lo palmario. Envejecen las sequías. 

A nada huele el tesoro que, de encontrarlo, me devolvería la ilusión del refresco, la capacidad, frenética garra, de creer que se pueden crear voces nuevas o, al menos, acentos y dejes, o alguna frase afortunada. Aparecerán de improviso. Nos romperemos el meñique del pie cuando tropiece con su presencia. Ante su callada aparición, me descubriré, oscura. ¿Me proporcionará humedad suficiente para recobrar una piel sin escamas?, ¿volveré a ser capaz de sumergirme en torbellinos creativos, de mojarme y remojarme con la deliciosa alegría del maloliente león marino?, ¿al romper la cáscara de barro de estas vasijas ocultas, me veré bañada con una pátina primordial, placentaria y, por tanto, temporal, o me quedaré ungida por un aceite bautismal indeleble y con un ligero olor a peces, sin panes? 

Se han ido las selvas de ortigas, que me espoleaban, y los meandros del habla. Evaporada la escena habitual, exprimo alguna que otra gota que la noche deja en el secarral que me rodea. Camino sin descanso intuyendo en cada bulto, en cada montículo, en cada colina, un posible túmulo con su cámara funeraria repleta de ampollas de agua viva guardadas a mis espaldas. Buscaré el cántaro, para romperlo y de él nutrirme, tras tanto ir a la fuente, rematadamente seca. Seguiré contando.

 


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