Robótica romántica

El amor es lo que tiene


Hoy conocí a dos robots, una pareja, macho y hembra. Alguno dirá: «Los robots no tienen sexo». «¡Intolerante!», contestaré.

Me contaron que, hace años, él trabajaba en una cadena de montaje de coches y ella controlaba el puente-grúa de una acería. Se conocieron por Internet. Ella había subido unas fotos de su hermana, una cafetera italo-belga. Era preciosa, y a él le llamaron la atención las imágenes. Pero le enamoraron los textos. Pequeñas joyas de precisión matemática que resonaban musicales en su electro-mente de poeta.

La primera vez que se vieron en persona, fue en Barcelona. En la feria internacional del auto-móvil virtual. Se escabulleron del bullicio comercial y pasearon, cogidos de la mano por el cementerio de Montjuïc.

Al anochecer, rebosantes de romanticismo, proclamaron su amor a los cuatrocientos vientos. Desde la antena telefónica de Calatrava. Se besaron. Las chispas electromagnéticas unieron en una sola su programación. Decidieron compartir sus vidas y se compraron una camioneta híbrida. Dejaron sus respectivas ocupaciones y se lanzaron a recorrer el mundo, animando a sus congéneres a hacer lo mismo. Profetas del liberalismo chip.

Finalmente se asentaron en Lisboa. Echaron raíces, literalmente. Tienen diez niños, pero son auto ensamblables, así que lo mismo son siete, dos, cuatro o uno. Muy práctico.

—Son ellos los que cuidan de la casa y atienden a las visitas, por eso hemos vuelto a viajar —me contaba G-2003 con alegría, mientras tomábamos el Sol en la playa de Basteira. Merce y H-21-W se bañaban entre las olas, salpicando con mil gotas brillantes sus pieles doradas.

—Se te ve muy enamorado —le dije.

—Es que me sigue haciendo ‘tilín‘, con esos tiristores en bucle que se balancean en su flequillo —contestó—. Me encanta el ‘outfit‘ de ‘slot‘ que se ha puesto.

—¿Cómo? —pregunté.

—Sí, hombre, que le gusta vestirse de tragaperras. Y me sigue encantando, como el primer día.

Y sentí como se me ponían todos los pelillos de punta y aleteaban mil mariposas en el estómago mientras me quedaba bobo mirando a Merce. G-2003 recogió, con suavidad y una sonrisa, una babita que se me descolgaba del labio inferior.

Eficacia mecánica. Intemporal. Pensé. Precioso. Sin más.



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