En la tierra quemada de la retaguardia vamos recogiendo los restos: las estacas partidas, los cráneos blandos y la preciosa metralla. No es una cosecha, es una siembra inversa: retiramos lo que mancilla lo yermo, y nos retiramos, para plantar cara a lo que queda.
La cabeza de puente nunca la vemos. La vanguardia, para nosotros, solo es palpable en los destrozos que causa, en el reguero delator. Ved, aquí tenemos una maraña de deseos desgarrados, unos cuerpos ultrajados, un perro sordo, sin amo y desnortado, que se nos une. Somos un rastrillo, de futuro, que peina las estribaciones de la línea de batalla, siempre en el pasado, que, quizás, solo avanza porque existe la retaguardia. Somos carne de cañón de ataques por la espalda y maternal coche escoba de todo lo rezagado.
Nuestros pasos roturan, nuestros ojos detectan el color inusual, y lo rescatan. Rechazamos el sonido y esto nos permite ir seleccionando estampas que, una vez grabadas a fuego, han de ser cremadas. Todo limpio, todo expurgado, todo en orden dejamos. Somos artífices de un mundo del senyoret, sin espinas ni residuos acorazados, puro arroz, mundo de seda, listo para ser engullido por la siguiente guerra, paridora de nuevas tierras de nadie, de nuevos campos mancillados, perfectos para las maniobras propias de este cuerpo nuestro entre poético y carroñero, cuerpo de retaguardia.
Seguiré contando.