A Raimundo le gusta levantarse pronto. Dice que así le da tiempo a ir al café y hojear el periódico antes de que lo manoseen. Más que nada lee los titulares.
Se entretiene en las necrológicas y elige los sepelios que le parecen más interesantes. Toma nota del tanatorio y los horarios. Luego ya decidirá a cuáles acudir y en qué orden.
Calcula en cuáles habrá más coronas para luego ejercitarse en compararlas, en su esplendor y en la variedad de sus flores. Lástima que las flores de las coronas de los muertos no desprenden perfume. Casi siempre son flores muertas… Para lo que tienen que durar.
Raimundo siempre va vestido a propósito para acudir a la sala donde los familiares del muerto o muerta esperan recibir el pésame de los que representa que son allegados. Se plancha la camisa todas las noches y escoge la corbata, de entre las muchas que tiene, que le parece más adecuada según la americana que va a ponerse.
Raimundo huele a colonia masculina, de esas que han sido un clásico. Se peina hacia atrás como quien quiere resaltar las ondas en su pelo excesivamente lustroso. Luce bien pero su aspecto es anticuado.
En realidad él no conoce a los muertos ni, por supuesto, a sus familiares, aunque siempre encuentra unas palabras de condolencia que convencen a todo el mundo de que era un buen amigo o un fiel compañero.
Le gusta más el tanatorio de Valle Hebrón y también el de Badalona porque disponen de una terraza tipo balcón abierto elevado que proporciona una vista de la ciudad y permite echar un cigarrillo.
De todos modos ahora ya no es como antes, cuando la gente fumaba y entre lágrimas y lloros salían a la terraza a tomar el aire. En la terraza se habla mejor del muerto. Raimundo se enzarza en las conversaciones aunque no tenga ni idea de lo que se dice. Nunca le falla su intuición.
Al anochecer, valora el resultado del día y a veces les cuenta algún sepelio a sus amigotes del bar.