Las verdades más certeras son las que se sueñan. Las verdades que brotan en el mundo de la vigilia son mucho menos consistentes que las oníricas. Por eso yo llegué a alcanzar tan alto grado de comprensión, porque soy un gran soñante. Tal vez el mayor de los soñantes. Al menos, jamás llegué a conocer soñante alguno que estuviera a mi altura, y eso que conocí a muchos.
Mis primeros sueños, los infantiles, son los que me hicieron sospechar que esa sería mi escuela. La mayor parte de lo que aprendí, lo aprendí soñando. Pero aquellos sueños infantiles sólo me proporcionaron conocimientos de mi mundo inmediato, como aquella vez, a mis cinco años de edad, cuando dormí la siesta en compañía de mi tía Rosa, la gordita, y desperté con una erección infantil que nada tenía que envidiar a la de los adultos.