Los últimos dos o tres años proyectaba a diario un suicidio distinto, mientras silbaba en tono grave, como si estuviera componiendo marchas fúnebres. Día a día, imaginaba nuevas formas de romper de una vez la mala relación que mantenía con este mundo. Día a día.
Había imaginado tantas formas de autodestrucción, tantos suicidios, que se vio obligado a componer variaciones sobre los mismos y ordenarlos en un cuaderno secreto.
Un día estaba paseando por una calle estrecha, entregado de lleno a sus fantasías habituales, imaginando finales de ruptura con el mundo, cuando fue atropellado por uno de esos triciclos eléctricos que tanto abundan en la ciudad.
Murió en una ambulancia al ser trasladado a un hospital.
Esta vez la muerte no pasó de largo.
No se sabe qué pasó con el cuaderno. ¿Lo destruyó su propia familia para olvidar la memoria de aquel ser tan silencioso e intratable?
Foto: Judith Xifré, Franz Kafka en un poste de señalización.