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Pesca de arrastre

 

Un viejo inmueble, de esos de techos altos y escaleras vetustas de madera que crujen al pisarlas, en una calle del centro de Madrid. En la puerta, el clásico cartel grabado con sutileza en el cristal esmerilado, solo que es ilegible, puesto que el manitas de turno, en realidad un cuñado en paro del detective Elías Gómez, pensó que escribiéndolo “al revés” desde dentro del despacho, permitiría la lectura correcta desde fuera, en vez de rotularlo al derecho desde fuera, que sería lo más lógico y, sobre todo, lo más fácil.

Vista del cartel desde dentro del despacho

Los que pretenden leer el rótulo desde fuera han de echar imaginación al asunto para descifrar su contenido, porque poner las palabras al revés por dentro sin voltear también las letras, no posibilita de ninguna manera su lectura correcta.

Vista del cartel desde fuera del despacho

O sea: ilegible el rótulo por dentro y por fuera.

Porque hay dos caminos para hacer las cosas: el lógico y el complicado. Y Ceferino Sardón, el cuñado de Elías Gómez, era de los que siempre elegían el complicado. Todo un genio.

Lo primero que llama la atención a cualquiera que osa traspasar esa puerta -tras intentar descifrar infructuosamente lo que pone en el rótulo-, es que dentro solo hay una persona, un solo detective. Lo segundo es el olor rancio. Esa mezcla de tabaco, puchero casero, escasa ventilación y muebles viejos. Una forma un poco repulsiva de dar la bienvenida a los que deciden contratar los servicios de un profesional de la investigación.

-Buenos días, señor… ¿Zemog? ¿No será usted judío?

-Elías Gómez, para servirle. Buenos días ¿Qué desea?

-Vi su anuncio en la prensa y decidí venir para contratar sus servicios.

-Usted dirá. Soy todo oídos.

-Pues resulta que perdí mi perrita, un encanto, de raza fox terrier, y por más que busco y pregunto no doy con ella. Vivo en un apartamento a dos calles de aquí, y la perra es mi única compañía… Pero una fatídica distracción, ayer, al comprar el periódico, y, cuando quise darme cuenta, al otro extremo de la correa ya no estaba ella. Seguro que me la han robado.

-Ya, comprendo. ¿Tiene usted alguna foto? ¿Estaba en celo cuando la extravió? También preciso documentos que acrediten su pertenencia, cartilla de vacunación, etc. Cualquier cosa que nos oriente en la búsqueda. Es muy conveniente. Antes, algunas cuestiones de rigor. Sería para mí de gran ayuda saber, por ejemplo, si tiene usted alguna deuda pendiente con alguien. Ya sabe… dinero, facturas sin pagar y todo eso. Algún enemigo. Alguien que quiera hacerle daño. No sé. Tal vez algún vecino harto de pisar cacas de perro o cansado de los ladridos. Los perros son jodidamente latosos, y no todos comparten su amor hacia ellos ¿Ha preguntado en los restaurantes chinos de alrededor? Ya sabe que la carne de perro es muy apreciada… Lo siento. No era mi intención lastimarle. Tenga un pañuelo. Desahóguese. Eso ayuda. Bueno, mejor no pregunte en los restaurantes chinos. Ya me encargaré yo.

El detective saca un viejo cuaderno y hace unas anotaciones. A continuación espeta al nuevo cliente:

-Tendrá usted que dejarme un depósito de 350 euros como provisión de fondos. Espero que sea suficiente de momento. Tráigame cuanto antes, hoy mismo, todo lo que le pido y deje el asunto en mis manos. Haremos lo que podamos. Llamaré a mi socio para que empiece la búsqueda de inmediato. Confíe en nosotros. En cuanto sepa algo, me pondré en contacto con usted.

Nada más salir el cliente, Elías coge el teléfono y marca un número.

-¿Ceferino? Oye, prepárame la fox terrier para mañana al mediodía. Sí, sí. Ya vino su dueño. Todo bien. Sí. Dime. No, el dueño del bóxer todavía no ha dado señales de vida. Pero debe de estar al caer. Por algo somos la única agencia del barrio. ¿Cómo? ¿Que el del quiosco quiere que le subamos la comisión a 30 euros por cabeza por entretener a los clientes? ¡Será mamón, el tío! Bueno, ya hablaré con él. Venga, lo dicho. Hasta mañana entonces.