Cuenta la leyenda que había dos poetas que presidían, por turno, la organización de todos los concursos de poesía de aquel pueblo, ahora uno, ahora el otro, hoy tú, mañana yo. En tales circunstancias, la mayoría de los premios eran concedidos por unanimidad a uno de los dos, es decir, al que no formara parte de la presidencia del premio a otorgar aquel día. De tal modo que a lo largo del año se alternaban en el triunfo y reparto de los premios. Hoy por ti, mañana por mí. Premio de Poesía 1 de mayo.
Aunque las malas lenguas decían que eran adversarios y que uno le había quitado la novia al otro, los intereses poéticos (ser reconocido como el vate del pueblo más laureado) debían primar sobre los intereses amorosos. Por eso, por respeto a los intereses fundamentales de la poesía, un día, un 1 de Mayo, decidieron que era necesario, para el bien de la comunidad, hacer un pacto y un manifiesto poético. Pensar no sólo en sus propios poemas, sino también en los que otros ciudadanos se atrevían a escribir y a publicar, aunque no fueran premiados.
Al cabo de unos días se reunieron ambos para firmar el manifiesto, con la condición de que antes cada uno diría unas palabras a sus simpatizantes. El primer poeta declaró: «Firmaremos un pacto y el correspondiente manifiesto poético, pero, en caso de duda o confusión, se hará lo que yo diga en el jurado del próximo premio de poesía». Y dijo el segundo poeta: «Firmaremos, por supuesto, y en caso de duda o confusión, se fallará lo que yo diga».
Como es lógico, no se firmó el pacto ni hubo ningún manifiesto poético: el siguiente premio de poesía se concedió a uno de los dos, y así continuó la vida y los premios. Pero los habitantes de aquel lugar, cada vez más despoetizados por el exceso de poetas y premios de poesía, fueron desapareciendo en el sótano de la prosa de los tiempos, quemando a escondidas los malos poemas de los dos poetas que presidían y ganaban todos los concursos, todos los premios de poesía de aquel lugar.