Pongamos que me llamo Luca Montenegro

Azufre para las llagas


Estimado lector, hace unas semanas el editor de esta charca, conocedor de mi gusto por la escritura, me concedió una ventana para que hablase sobre lo que quisiera en ella. El por qué o el cómo nos conocimos queda relegado al silencio de un convento, en un pueblo del Maestrazgo. El caso es que, después de darle muchas vueltas, comprendí que cuando alguien pretende escribir un relato y que este rezume verdad, lo mejor es que lo haga sobre lo que conoce. De esta forma, nace «Azufre para las llagas».

Pongamos que me llamo Luca Montenegro; siento no poder darte mi nombre real, pero complicaría mucho la entrega de nuevos artículos. Tengo cincuenta y tres años, bien conservados creo yo, y a lo largo de mi carrera he llevado a término más de trescientos contratos. Reconozco que me encanta mi trabajo. Mi abuelo siempre decía que uno debe ejercer en aquello que le guste y luchar por ser el mejor en ello. Tras veinte años de servicio, mi nombre es uno de los más reconocidos y desde hace tiempo soy yo el que elijo los encargos. Mi precio es alto, pero no hay nadie que ejecute las misiones de forma más limpia y rápida que yo. Puede que suene pedante, pero te aseguro que soy el mejor asesino profesional del mercado nacional e internacional.

Gracias a mi ocupación he viajado por el mundo entero y he conocido a cientos de personas de aspecto y carácter muy variopintos. Con algunas de esas personas he compartido algún empleo, con otras he coincidido en un bar tomando una copa o simplemente han llegado a mis oídos sus habilidades. Hombres y mujeres que asesinan por gusto, placer, rabia, dolor, celos o locura. Es en esas historias, en lo que ellos me contaron sobre sus experiencias o lo que escuché, en donde quiero encauzar mis relatos. Te aseguro que algunos de esos testimonios me erizaron la piel.

Espero que no caigas en el error de pensar que voy a hablarte de personas marginadas o fácilmente reconocibles, cualquiera de ellos podría estar sentado ahora a tu lado en el asiento del autobús y no te habrías dado cuenta. De hecho, mi aspecto es el de un empresario elegante, un tipo con un rostro «confiable», como el del vecino al que dejarías a tus hijos mientras bajas al súper, o el del banquero al que te dirigirías para pedirle un crédito.

«Azufre para las llagas» incide en lo peor de la mente del ser humano. Hombres y mujeres como tú, que pasarían desapercibidos en una tienda de ropa, en una oficina de correos o como el tipo que lleva siguiéndote cinco minutos por la calle sin que te hayas dado cuenta.

Siempre terminaré mis relatos con un consejo. Ahí va el primero: No te fíes de las apariencias. El macho mantis acude a su encuentro amoroso confiado y excitado, sin imaginar lo que le espera tras terminar su fugaz cita.

Nos vemos en unos días.