Iré al grano:
El pastorcillo Dafnis, jovencito de 15 años, no sólo era virgen sino que no daba con la puerta de entrada al jardín de amor de su amada Cloe, de 13.
Por más que se acariciaban, se besaban y yacían desnudos uno al lado del otro, bajo los árboles o en la cueva de las ninfas, enamorados, enardecidos y presa del más ardiente deseo de algo más —que ignoraban qué era—, sufrían indecibles torturas. Ni siquiera la contemplación de los enviones a las cabras por los cabrones en celo o de los carneros a las ovejuelas, les enseñaba qué había que hacer para descargar sus plétoras y descansar al fin en una noche o siesta reposada. Las pobres criaturas estaban enfermas de amor, solos y en plena naturaleza, sin nadie a quien pedir información salvo un vejete cuyos consejos no sirvieron de gran cosa.
Al llegar aquí, temí que el malvado Eros les sometiera a alguna humillación, extraída del abundante saco de sus malas ocurrencias. No fue así, sin embargo. Al dios le hacía gracia aquella tierna parejita que apacentaba sus rebaños en los campos de Mitilene; ella, de ovejas, y él, de cabras.
Recién nacidos, habían sido expósitos y amamantados él por una cabra y ella por una oveja, que les salvaron la vida. Algo de esto se imprimió como sello de fuego en sus destinos, pues siguieron realizando tan ecológicos empeños hasta que, una vez conocido su noble origen, se casaron, como en los melodramas y en las novelas por entregas.
Aun entonces siguieron viviendo en aquellos parajes y recreándose con los herbívoros que tan gran papel habían jugado en sus vidas, y a los que amaban con una inocencia que no habían perdido. Dafnis había llegado a establecer con sus cabras una comunicación musical pasmosa, de modo que a los sones de su flauta sabía hacerles ir a donde quería y realizar otras monerías o caprichos, y ellas le obedecían, felices de poder exhibir sus habilidades ante el público del valle. Las ovejas de Cloe no eran tan espabiladas, pero se hacían querer por su obediencia a la voz de su pastora, sin necesidad de perros ni otros medios de coacción.
Del feliz matrimonio de los jóvenes pastores nacieron un niño y una niña, que fueron alimentados por una cabra y una oveja respectivamente, a teta viva, por iniciativa de sus padres, a los que había dado tan buen resultado este régimen natural.
Y diréis, ¿así que aquellos amantes hallaron por fin el modo de juntar sus cuerpos para procrear otros, siendo como habían sido presa de tan ignorante y un poco boba castidad durante su triscar, desnudos y besucones, por los montes y los cerros?
Pues sí, y ello gracias a un tercer personaje, simpático y compasivo, la bella Licenion. Ésta actuó obedeciendo a su propio deseo de poseer a Dafnis, pues así se desenvolvían los paganos en este mundo y en el de los dioses, desconocedores, por fortuna, de la posterior mojigatería. Ya en el nombre de Licenion había algo de licencia o licenciosa, y también en su currículum, pues era sirvienta joven y alegre de un viejo terrateniente.
Licenion fue a parar al campo tras vivir en la ciudad y sabía de anatomía humana todo lo que hay que saber. Dafnis le gustó y resolvió hacerlo suyo. Como conocía el caso que atormentaba a la pareja, le tomó en un aparte en el bosque y trocó con él su propio deseo por la enseñanza de dónde tienen las mujeres el acceso. Luego se retiró, elegante y señoril, de una querencia que hubiera podido herir a Cloe, pero ya había transmitido a la mitad de la pareja su conocimiento para la reproducción de la especie y el deleite de los individuos.
Eros bendijo la unión sin que sentara precedente, guardando sus peligrosas armas para mejor ocasión. Pan y las Ninfas fueron siempre sus protectores, y Dioniso la benigna deidad que los cuidó en la tierra.
La deliciosa novela pastoril Dafnis y Cloe, obra de Longo, nacido en Mitilene de Lesbos en el siglo II de la era cristiana, fue muy aplaudida en Europa desde el Renacimiento, salvo en España, claro está, donde el primero que la tradujo fue Juan de Valera en 1880, quien la podó cautelosamente, a la manera de su época, de obscenidades como la persecución de Dafnis por el impertinente sodomita Gnatón. En la actualidad contamos con varias y buenas ediciones sin censura (por ahora). Bocatto di cardinale.