Nos despojamos de prendas pudendas
a fin de que ninguna sombra tamizara con sus opacos trazos
lo que tendría que ser reflejo de luminiscencias carnales.
Acogimos aquellas sutilezas
con las que se nos encogían titilantes las vísceras y los pellejos,
absortos en una riada de conexiones entreveradas de temblores.
Expandimos aquellas caricias
que tanto rubor antes nos provocaron cuando perdimos la decencia
y nos infectamos de mordiscos febriles y exquisitas calenturas.
Chupaste mis eminencias
mientras yo alzaba emociones por tu arco de Cupido,
que se humedecía brillando en la intimidad de nuestros adentros.
Mis dedos bailaron en tus humedales
y tus ojos apresaron mis espasmos cuando entremezclamos intensidades
y olvidamos que la corporeidad tuvo un día tiempo y espacio.
Nos masticamos uno a otro
con desidia, lujuria y furia, regando armoniosos unos sordos latidos
que dejaron de pulsar en un momento que, según sucedió, dejó de existir.