Deshabituado al mundo, un poeta afila su silencio en la piedra del vértigo y le corta con él las venas a la noche.
Desangrada la noche, llega el día de urgencias en mitad de un insomnio, la adentra en su ambulancia, rasga besos furtivos, miradas a su paso y sirenas en alto que interrumpen el discurso de la vieja «ciudad».
Desangrada la noche, deshabituado al mundo, un poeta deshoja la daga del silencio y cada brillo es un pétalo, un desplante, un olvido por el que llorar.
Un andén en la nada, un andén en la niebla. Trasunto del aire tras algún sucio cristal.