Oculto

Escalofríos

 

Justo frente a la ventana de mi cuarto, el pequeño espacio en el que entonces habitaba en un viejo edificio de la zona antigua de la ciudad, se abría un angosto patio de luces, ceniciento casi todo el día por la falta de luz y por la grisura de sus paredes. En el centro de la fachada, un ajado ventanuco con la madera casi podrida y combada por el paso del tiempo, era el único elemento distorsionador de aquella deslavazada pared sucia y fea.

Solo durante breves instantes, cada mañana el sol jugaba con las afiladas sombras del edificio y proyectaba sus claroscuros sobre la pared, iluminando brevemente el ventanuco y recalcando sus defectos y sus formas viejas. En ese momento efímero, la luz incidió aquel día en lo que me pareció un ojo, casi oculto tras el visillo de la ventana, también lleno de grisuras en su vieja tela. Un ojo que parecía esconder una mirada oculta que observaba desde su escondrijo. O, al menos, eso me pareció ver, porque al fijarme con mayor atención no pude distinguirlo de nuevo. Así que no le di ninguna importancia. Podría haber sido una distorsión de mi propia mirada o, en caso de haber alguien en la ventana realmente, que se tratara de esos cruces fugaces que el azar pone en las miradas ajenas para que sea nuestra mente la que dé significados o intenciones, la mayor parte de las veces irreales o fantasiosas.

Un par de días después, justo cuando otra vez la luz del sol iluminaba ese espacio, volví a sentir una mirada dirigida hacia mi casa. Noté que una presencia se ocultaba tras aquel visillo manchado, observando mi interior desde su propio interior. Y al día siguiente, me ocurrió de nuevo. Me asomé entonces, pero no pude distinguir nada, ya que esa incierta presencia parecía retraerse a las sombras de su cuarto cuando yo me acercaba. Comencé a intrigarme con aquella mirada oculta.

Investigué en el buzón de su portal, pero no había ninguna cartela en él. Pregunté disimuladamente a sus vecinos y no supieron aclararme quién habitaba aquel cuarto. Unos decían que era así, otros que asá. No supe si mujer u hombre. Parecía que nadie había visto directamente a quien para mí se estaba convirtiendo en una aparición familiar y algo inquietante.

Quise provocar a quien allí se ocultaba, dejando deliberadamente la ventana de mi cuarto abierta para que esa presencia pudiera verme mientras comía, me vestía o me duchaba. No creo que se tratara de exhibicionismo. Mi intención era que, con mi actitud, ese ser fuera tomando confianza o sintiera mayor curiosidad para asumir más riesgos a la hora de mirar; que se asomara un poco más y, así, se mostrara ante mis ojos.

Pero nunca logré ver más allá del brillo esporádico de esa mirada cuando la luz incidía sobre el ventanuco. Habida cuenta de las pocas expectativas de descubrir al observador desconocido, poco a poco fui dejando de interesarme por la ventana.

Además, no tardé mucho en mudarme a otra vivienda un poco más amplia, y el trajín del traslado de mis pocos enseres hizo que olvidara por completo aquella situación anómala, aquel misterio de la mirada oculta.

Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos extraños sucesos y mi vida ha mejorado, sobre todo en las vistas desde la ventana de mi casa. Pero hace muy poco, encontré una fotografía que hice de la fachada con el ventanuco. La miré con detenimiento y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando vi un pequeño brillo en el cristal de aquel ventanuco viejo que estaba en la pared vieja de aquel viejo edificio.


Más artículos de Herrero Javier

Ver todos los artículos de