Obladí, obladá, la vida cómo se nos va

Casa de citas

En 1968 los Beatles lanzaron su álbum de estudio número nueve, The White Album, un disco doble con 34 canciones, diversas y dispersas, cuya portada, blanca y desierta, puso al descubierto la dificultad de los Beatles para consensuar una imagen cómoda más allá del propio vacío. En aquellos meses (verano-otoño del 68) cada miembro del grupo remaba por su lado. El resultado fue un conjunto de canciones donde cada pieza está bien definida, pero la suma global carece de unidad.

El doble disco se vendió muy bien y fue número uno a ambos lados del Atlántico. La pieza que nos ocupa, Ob-La-Di, Ob-La-Da (la cuarta de la primera cara del disco), no apareció en sencillo hasta 1976 y sólo lo hizo en Estados Unidos y Canadá. La canción se popularizó a través del grupo escocés Marmalade que sucumbió al ritmo jamaicano del Obladí con una versión muy fiel a la de los Beatles. En enero de 1969, los Marmalade llevaron la pieza al número uno de las listas de éxitos.

Ob-La-Di, Ob-La-Da nunca mereció la confianza del cuarteto de Liverpool, a pesar de que se hizo muy popular. Les parecía insulsa y demasiado comercial. La canción cuenta la historia de dos jóvenes que se enamoran: Desmond, que tiene un puesto en el mercado, y Molly, que canta en un grupo pop. Se casan, tienen un par de hijos y dejan fluir la vida. Los hijos crecen, ellos se hacen mayores y aguardan entre risas el final del asunto. La pieza repite en su estribillo que, hagas lo que hagas, vivas como vivas, la vida continúa:

Ob-la-di, ob-la-da, life goes on, brah!…
La la how the life goes on.

Siguiendo los pasos de Marmalade y traduciendo al buen tuntún, Los Javaloyas (el pop mallorquín hecho carne) lanzaron una versión en castellano del Obladí  con dos protagonistas, Pepe y Pepa, que se enamoran, se casan, tienen hijos y dejan pasar la vida. En el estribillo nos recuerdan que la cosa no da para mucho más:

Ob-la-di, ob-la-da, se nos va, ay,
la vida cómo se nos va.

Creo que la versión de los Javaloyas supera en mala uva al Obladí original, porque no es lo mismo decir «la vida continúa» que decir «la vida se nos va». Una cosa es que llueva y otra que nos mojemos. La idea puede no gustarnos, pero debemos admitir que con su versión Los Javaloyas supieron remachar el clavo.

Según explica Geoff Emerick en su libro El sonido de los Beatles. Memorias de su ingeniero de grabación (2011), John Lennon consideraba Ob-La-Di, Ob-La-Da una «música de mierda para abuelas». En The White Album apareció firmada por Lennon y McCartney, pero la contribución del primero se limitó a acelerar el ritmo de la pieza. John Lennon se ausentó varios días del estudio, harto de ensayar docenas de tomas con diferentes ritmos y estilos. Cuenta Emerick que Paul tampoco estaba satisfecho con el tema ni con el modo en que se asentaba su voz. «Cuando Lennon regresó al estudio iba de marihuana hasta las cejas —continúa Emerick—, se dirigió inmediatamente al piano y tocó los acordes de apertura de la pieza mucho más fuerte y más rápido de como lo había hecho hasta entonces. Dijo que así era como la canción se debía tocar y esta fue la versión que se terminó usando». 

La expresión «Ob-la-di, ob-la-da» la sacó McCartney de un conguero nigeriano que se llamaba Jimmy Scott y lideraba un grupo musical con ese nombre. En alguna de las sesiones de grabación del Obladí, Scott fue llamado a colaborar con sus congas. Según explica el periodista Steve Turner (A Hard Day’s Write. The Story Behind All The Beatles Songs, 2005), la frase significa en lengua yoruba «la vida continúa». El nigeriano solía gritarla en los conciertos: «¡Obladí!», decía, a lo que el público respondía «¡Obladá!», para culminar con «life goes on, brah!», expresión que le encantó a McCartney hasta el punto de componer su canción alrededor de la frase. El propio Paul lo reconocía en su libro de recuerdos, Many Years from Now (1998):

«Yo tenía un amigo de Nigeria llamado Jimmy Scott que tocaba las congas y a quien solía encontrarme en los clubes de Londres. Era muy dicharachero y una de las expresiones propias que acuñó, decía: «¡Obladí, Obladá, la vida va, brah!» y a mí me fascinaba esa frase. Cada vez que nos topábamos me saludaba así. En algún momento llegué a verlo como un gurú. Para mí sus palabras eran las de un gran filósofo. Un día le dije: «En serio que aquella expresión tuya me gusta bastante y pienso poder usarla», y posteriormente le envié un cheque en reconocimiento por ella debido a que, si bien yo había compuesto la canción, la expresión era suya. Aquel amigo nigeriano murió hace algunos años, pero realmente era un tipo muy cool

Volvamos ahora al fondo de la canción: la vida transcurre y se nos escapa entre los dedos; mientras tanto, lo que hagamos o dejemos de hacer ahí queda. A veces para bien; otras para mal. Muchas personas se sienten incómodas ante la posibilidad de elegir: ¿qué camino tomar? ¿y si nos equivocamos? Ser libre y equivocarse no es una buena opción; pero ser libre y desaprovechar las oportunidades quizá sea todavía peor. ¿Qué salida nos queda, entonces? Dos salidas se me ocurren. La primera consiste en negar la libertad: nuestros actos son una concatenación de sucesos en la que no podemos intervenir. ¡La libertad es una ilusión! La segunda consiste en encogerse de hombros y aceptar nuestros errores, sin esperar demasiado de la vida. ¡El drama de equivocarse también es una ilusión!

No hay que dramatizar. Así supo verlo y recomendarlo el propio Maharishi, cuando Paul McCartney canturreaba el Obladí durante las semanas que compartieron en la India. Al parecer esta fue también la opción de Jimmy Scott. Tanto él como McCartney intentaron quitar hierro al asunto insuflándole ritmo a la canción y a la vida. No importa lo que pase. Sea lo que sea, pasará.

¿Y qué fue de Jimmy Scott? ¿Hasta qué punto se sintió arropado por el cheque que, según McCartney, puso fin a su desacuerdo financiero? Scott murió en 1986 tras una neumonía que pilló en el aeropuerto de Heathrow, donde fue retenido desnudo durante dos horas con el fin de cachearle. Para eso era negro, nigeriano y fumeta. Nadie sabe cuántos años tenía, porque mintió sobre su verdadera edad para que le dieran su primer pasaporte inglés. Se supone que tendría unos 64 años. Scott fue un tipo ocurrente que supo —o no tuvo más remedio que— tomarse la vida con filosofía: «And if you want some fun…take Ob-la-di-ob-la-da». ¡Quien pueda, que se aplique el cuento!

La versión en la que Scott colaboró con los Beatles tocando sus congas no apareció hasta 1996 (tercer CD de Anthology de los Beatles (Apple/EMI Capitol). Vale la pena escucharla. Tiene otro color.