Los radicales libres

Ultramarinos y coloniales

 

 

 

Los radicales libres hacen siempre lo que quieren. Necesitan sentirse libres, interactuar cuándo, dónde y cómo quieran. Los radicales libres van chocando, son eternos diletantes, esclavos de la novedad que buscan lo que saben que nunca encontrarán, que decidieron y/o asumieron como Nancy Mitford, que ya que una no puede ser feliz, al menos debe divertirse.

Los radicales libres tienen en el fondo un abismo, un pozo negro de agua estancada que, aunque aparentemente sean muy rápidos, los paraliza, no les deja evolucionar. Quizás es falta de juicio.

Los radicales libres no tienen empatía, les cuesta horrores ponerse en la piel del otro, sienten que todo el mundo les debe algo y ellos sólo aquellas pequeñas migajas que quieran dar de manera avara muy raramente a los otros.

Los radicales libres pueden dar placer, provocar afectos, incluso amor, también provocan a menudo dolor por su indiferencia, por sus altibajos, sus ciclos.

Los radicales libres aunque avisan, son traidores, no puede uno fiarse de ellos. Viven en el caos, y de ese marasmo, unos pocos de ellos, los más privilegiados extraen de sus demonios belleza, comienzo de lo terrible, que sigue ahí, acechante.

Los radicales libres están condenados a una vida errante, solitaria y desgraciada.

Ser radical libre es una gran mierda. Es una condena perpetua.