No pongas tus sucias manos sobre estas piernas

Los lunes, día del espectador

Cyd Charisse en un fotograma de Party Girl (Nicholas Ray, 1958)

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¿Existen las piernas interminables? ¿Esas que, mientras asciendes desde los zapatos que cubren el pie, terminan mucho más allá de donde los tratados de anatomía enseñan? En la historia del cine hay muchas piernas, y no solo femeninas, pero hoy sólo hablaré de estas para mantener la paridad y porque me da la gana. Para algunos serán las de Marlene Dietrich en El ángel azul, o las de Silvana Mangano en Arroz amargo, o las de Rita en Gilda. Pero, claro, ¿qué hacemos con las de Angie Dickinson, la Adams, la Loren, la Margret, la Cristie, la Fanaway? No hay espectador suficiente para tanta pierna, así que escojo a una, a la máxima exponente de la pierna interminable que no sólo sirve para nuestra mirada, sino para moverse como pocas han bailado en pantalla de manera tan sensual: Cyd Charisse.

La primera vez que puedes recordar haber visto las piernas de Cyd, lo normal es sentirse como el personaje de Don Lockwood en Singing in the rain. Caracterizado como un paleto que llega a Broadway, nosotros nos convertimos con él también en paletos, camuflados tras la pantalla y sin sentirnos intimidados por la aparición de una pierna que, se extiende en un ángulo de noventa grados ante nuestros ojos y los de un Gene Kelly arrodillado, mientras la punta del zapato le ofrece que recoja su canotier. Los ojos bizcos de Kelly ascienden por la pierna hasta comprobar que esa pierna perfecta corresponde con un cuerpo perfecto de mujer fatal que fuma en boquilla y procede a seducir al recién llegado a la gran ciudad con su baile. En esta escena, vestida de verde, (el verde-esperanza de un futuro prometedor), Gene Kelly se convierte en un accesorio, baila al ritmo que marca Cyd. Que pierda sombrero y gafas durante el encuentro es normal, has llegado a la gran ciudad y has tenido el primer gran encuentro, así que quítate la caspa de granjero y disfruta del momento, porque, al final, un collar de diamantes puede más que la seducción del gran bailarín.

Si hemos asistido a uno de los bailes más sensuales de la historia del cine, también Cyd podía aparecer como una bailarina virginal y recatada, una Ginger Rogers transformada por la elegancia y elasticidad de su compañero Fred Astaire. En The band wagon de Vincent Minelli, la pareja que baila en Central Park aparece vestida de blanco, hay vergüenza contenida entre lo que se siente y lo que se puede demostrar en público. El baile es enseña del romanticismo puritano y ajeno a cualquier insinuación sexual. La música de Howard Dietz no está creada para facilitar el movimiento ondulante o agitar las caderas como si fueran una articulación capaz de sincronizarse en un todo con el fémur, invita a la ensoñación, al disfrute del momento dilatando el instante del romance anunciado. Los bailarines se tocan lo justo, lo suficiente para coordinar los movimientos, sin que exista lugar al equívoco ni a la provocación. Un baile “tan blanco” como este ha de concluir en un paseo en coche de caballos por Central Park.

Pero no es ése el papel que le reservó Hollywood a Cyd, equivalente de la mujer explosiva, sus curvas naturales parecían crecer cuando la partitura y la coreografía lo exigían. En la misma película hay el striptease más vestido de la historia musical. Estrenada apenas un mes antes que Cantando bajo la lluvia, la escena del Girl Hunt Ballet en el Dem Bones Café utiliza armas similares a la escena del baile entre Kelly y Charisse, ahora Fred es un gánster y Cyd la mujer fatal. Como si fuera un chiste, la aparición de Charisse también es en verde, como su abrigo, pero en un movimiento combinado de brazos y hombros elimina la prenda y parece quedar desnuda delante de Fred Astaire, todo ello pese a llevar un espectacular vestido rojo. El vestido, como el de Cantando bajo la lluvia, está pensado para que el movimiento descubra las piernas, ahora es difícil fijar los ojos sólo en la bailarina porque el plano deja espacio para la pareja. Las extensiones de pierna que hace ella, Astaire también es capaz de conseguirlas, por eso hay que recurrir a parar al danzante, es el momento de lucir cuerpo y sensualidad, y ahora los noventa grados casi se transforman en ciento ochenta con la ayuda de quien sostiene el peso. Si en el número Two faced woman Cyd se libera tras un tortazo al amante y arroja al suelo un brazalete de brillantes traduciendo su decepción en el uso de un vestido negro, en New sun in the sky todo se transforma en color, brillo, alegría con un escenario hiperiluminado y luciendo un vestido amarillo a juego con el nuevo estado de ánimo, el baile sirviendo para dibujar al personaje y su estado de ánimo, pero las piernas permanecen.

En los bailes de Cyd también hay tiempo para el humor, como en It’s always fair weather de Donen y Kelly, donde en el número Love is a nothing but a racket, Kelly y Cyd se parodian imitándose uno al otro mientras se prueban sombreros, o como en La bella de Moscú, parodia musical de la Ninotchka de Lubitsch, donde Mamoulian va cerrando el plano mientras suena la música de Cole Porter y los Red Blues bailan con Cyd según ésta se va acercando al objetivo para que sólo terminemos viendo sus piernas, convenientemente cubiertas y descubiertas por un vestido ocre de riguroso corte soviético, como el remedo de baile que se filma en la escena. Pero no hay Cyd sin sensualidad, no hay Cyd sin sugerencia, no hay recuerdo sin etiqueta. Por eso hay que terminar donde empezamos, en esas interminables piernas que dejaban sin aire a Kelly sin haberlas visto moverse, son las piernas que aparecen en Party girl de Ray, aquí conocida como Chicago años 30. Si alguien aparece vestida como con una piel de pantera, se mueve como una pantera y suenan ritmos africanos mientras sus piernas son visibles durante todo el baile, a lo mejor no hablamos de Cyd sino de una pantera de elegantes y sinuosos movimientos hecha mujer con las mejores piernas de la historia del cine.