Nico, más allá del icono

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

 

Siempre digo que soy un ignorante musical, de todos los tiempos. Pero por un breve periodo de años fui explorando por dónde me llevaba el gusto, para luego olvidarme, dejando enterrado cualquier acercamiento al mundo musical por otras mil cosas, muchas de ellas –¡ay– lejos de mi agrado. Casi todos los discos que conservo son de esa época. Primero hice una exploración por el mundo del jazz. Aún vivían y estaban en plena actividad grandes figuras, por lo que tuve la oportunidad de ver varias de sus actuaciones. Entré en la música de jazz por una doble vía básica. Una, la de Bill Evans, que tuvo su continuidad y forma un mundo por sí sólo. Aunque, de hecho, pronto descubrí que había actuado como pianista en grupos de mi otro introductor, Miles Davis, de quien siempre repito que con su evolución me llevó por todo el resto de música, más allá del jazz, que fui descubriendo.

Consolidado el gusto gracias a esas dos vías, di con Brian Eno (otro huerto de esos fértiles) y luego de lleno, en una mirada retrospectiva, con la Velvet Underground. Pero sobre todo una específica: la del grupo con Nico como cantante. El famoso disco del plátano en portada, con canciones como «I’ll be your mirror», con esa voz tan potente, a la vez que emotiva.

El mito de Nico, esa belleza avasalladora, se fue acrecentando por varios lados. En su origen modelo, recordada por aquí gracias a los anuncios de Terry fotografiada por Leopoldo Pomés, unos amigos contaban que, en la época en que viajaba con su fúnebre armonium, ese con el que acompañaba a sus canciones en solitario de tono monocorde, rendida a la heroína, la habían visto salir tras pasar la noche nada menos que de un austero albergue de la plaza Real de Barcelona, acompañada de Philippe Garrel, quien luego hizo alguna de sus películas partiendo de su recuerdo.

El personaje daba para un buen documental, y éste lo hizo Susanne Ofteringer en 1995: «Nico Icon», entrevistando a los que la habían conocido. Casi sólo recuerdo una escena del documental, que es la que traigo aquí. Nico tuvo con Alain Delon un hijo, Ari. Karin Leiz, la socia, primera modelo fotográfica y mujer de Leopoldo Pomés, que lo conoció cuando ya tendría unos veinte años, decía siempre que era guapísimo, como no podía ser de otra forma procediendo de esos dos padres.

Pero Alain Delon no reconoció nunca la paternidad de Ari, por lo que éste fue criado no por Nico, que iba a su bola, sino por su abuela, la madre de Alain Delon. En el documental aparecía la abuela, una mujer que evidentemente sí reconoció en Ari a su hijo, explicando varias historias ligadas a la educación de Ari y la personalidad de Nico. Recuerdo básicamente a la buena mujer, en su casa, explicando con cariño que Nico tenía una forma de vida inocente y –sin decir nunca la palabra– irresponsable. Se pasaba largos períodos fuera de casa y al cabo de muchos meses regresaba a ver a su hijo. Contentísima, le daba en esas ocasiones el regalo que había comprado para él. Y ahí está: la buena mujer se sonríe y nos sonríe, como diciendo que no había nada que hacer, que estaba claro que ella no entendía de esas cosas, al explicar en qué consistía el gran regalo que Nico, una artista que pasaba por una época sin limitaciones económicas, le llevaba a su querido hijo después de mucho tiempo sin verlo: ¡Unas naranjas!

Casi lloré viendo que Nico, que tanto imponía con su figura y su vozarrón, era, en el fondo, tan infantil como su hijo.