Nos quedamos aturdidos por la noticia. ¡Qué demonios están diciendo!, exclamaste. No sabíamos cómo reaccionar; cierto que habíamos oído algún rumor sobre aquello, pero en ningún momento lo tomamos demasiado en serio.
Una voz algo gruesa y fría nos sorprendió mientras emitía el titular por la radio: el gobierno había aprobado un decreto por el cual se prohibía definitivamente hacer uso de cualquier clase de comparación en público; se penalizaba también usar adjetivos en grado comparativo y superlativo, así como los términos: más… que, menos… que, tanto… como, y su uso quedaba restringido a la intimidad.
La noticia era de un absurdo de tal calibre que nos hizo pensar en una broma de mal gusto o en una inocentada con poca gracia; pero no, ahí estaba la ley imponiéndose por arte de birlibirloque.
Todo se ha complicado mucho desde entonces. Nos resulta dificilísimo expresarnos sin usar comparaciones. Estábamos tan acostumbrados a ello que nos cuesta asimilar que nada pueda ser más o menos que nada y que las cosas hayan dejado de valorarse.
Al no poder hablar libremente en cualquier lugar, ya nunca nos paramos en el bar de la esquina a tomar una cervecita; preferimos irnos volando a casa y allí charlar con comodidad. Los bares están cerrando por falta de clientela y de la ciudad emana una tristeza indescriptible. Ni tan siquiera los niños juguetean por los parques.
¡Quién hubiese imaginado que una ley pudiese tener un poder de transformación tan grande!
He de admitir que lo que más nos asombra de todo esto es hasta qué punto está cambiando la visión de las cosas. Incluso morir ha perdido su trascendencia.
Tal vez por eso, cuando quise saber tu opinión sobre lo que nos está pasando desde que se aplicó el decreto, me alarmó que ni tan siquiera supieras qué responderme.
Desde entonces ya no tengo más remedio que admitir que todo esto no es una broma de dos días, la cosa va en serio; poco a poco se nos está diluyendo el criterio, ni tan siquiera podemos discernir el bien del mal, ya todo sucede porque sí, sin previo aviso, como sucede la lluvia, el frío o el viento.
Quizá por eso cada día anoto mis recuerdos en una libreta azul que encontré olvidada en un cajón, escribo para no olvidar cómo éramos. Recuerdo esos días alegres y tristes que vivíamos, y aquellas lejanas tardes de verano manchadas de barro, sudor y chocolate.
No sé si antes era mejor o peor que ahora porque mejor y peor son palabras que ya han dejado de existir, solo sé que quisiera volver a esos días repletos de emoción que releo en mi libreta, eso es casi lo único que sé, ni más ni menos.
*Imagen Helena Pérez García