Monólogo en la consulta de una psicóloga

La termita y la palabra

 

Hasta que un paro cardíaco mató a mi abuelo materno, no tenía muy claro qué diablos se paraba cuando se paraba el corazón: ¿un músculo hueco y piramidal situado en la cavidad torácica?, ¿una metáfora? Es sorprendente lo que sabe el tiempo. Lo que enseña. La de ecuaciones que resuelve sin haber visto, siquiera, una triste ecuación de primer grado. La de jaques que obtiene, con los ojos vendados, en tableros, días y lugares simultáneos, a menudo inexistentes. Y tú eres su alumno. ¿Qué otro papel puedes jugar? Ebrio o disciplinado, cuerdo o enajenado, libre o preso, tú eres su alumno. Tomas apuntes cuando el tiempo habla. Y una noche besas a tu abuelo y al despertar, esa misma mañana, se ha dormido para siempre.

Y esa somnolencia es fría. Fría y ancha. Si fueses poeta (hueco y piramidal, pura metáfora) dirías que en ella cabe la eternidad y sus orillas. Pero no lo eres. Nadie lo es delante de la muerte. Y aprietas mil palabras en los dedos. Dedos que nada aprietan porque son ya agua y el agua corre libre. Libre y azul. Libre. Libre y negra, negra mandela, por mares y montañas. Y un día desemboca. Se detiene. ¿Cómo un corazón? ¿Cómo una metáfora?

Eres niño y no lo sabes. Todavía no lo sabes, si algo puede saberse. Y relees tus poemas, le haces el boca a boca a tus banderas muertas, habitas todas y cada una de tus decepciones, todos los andenes de la deserción… Recuerdas unos versos de Paul Celan: «quien se arranca el corazón del pecho en la noche / quiere alcanzar la rosa. / Suya es su hoja y su espina…» Nadie, en su sano juicio, puede, en la noche, arrancarse del pecho una metáfora. Ahora lo comprendes. Ahora. ¡Qué larga es la palabra «ahora» en un verso octosílabo! Qué larga, en una vida endecasílaba y asonante… Qué gran poeta era Paul Celan. Qué gran poeta…

¿Quién se llevará mi biblioteca si una noche, esta noche, duermo eternamente? ¿Adónde irán mis tres mil poemarios? ¿A una metáfora? ¿A un músculo hueco y piramidal? Al olvido. No todas las vidas, señor Manrique, van a parar a la mar que es el morir. Algunas, ¡ay!, algunas, van a parar al olvido. El peor de los mares. El más profundo.


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