Mis pareceres

Solo, por favor


En 1988, Nancy Knight, científica del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR en inglés) de Estados Unidos, mostró en una fotografía el extraordinario parecido entre dos cristales de nieve (hielo) diferentes. Dichos cristales se obtuvieron de una muestra aérea (en avión) de una tormenta en Wisconsin, y así, caído del cielo, pareció caer un proverbio: «Se parecen como dos gotas de agua». No ha vuelto a documentarse nada similar, y por eso conviene ser cauto añadiendo el «parecer». Pues, al parecer —¿lo ven? —, de los trillones de cristales de hielo que precipitan año tras año, raros son los que no disponen de mil moléculas de agua, y más raros los que apenas disponen de una decena. No hace falta hacer muchos cálculos para hacerse a la idea de que, de parecerse estructuralmente y en apariencia, los cristales de agua congelada con pocas moléculas tendrán más papeletas para parecerse entre sí. Se parezcan más o se parezcan menos, hay algunas características que los hacen parecidos: se encuentran formando copos, estos copos están fríos y, lo más inquietante, casi todos (o todos) manifiestan una cuasi simetría hexagonal. Porque, contra lo que dice el mito, no son tan simétricos como se cree; todos presentan un pequeño «defecto» que imposibilita la simetría perfecta. Pero, sin ser perfecta esa simetría, sigue pareciendo maravilloso que salgan seis «ramas» concéntricas; no tres ni dos ni cuatro ni ocho ni doce, seis. Y entonces uno recurre a otros ejemplos en la naturaleza, como el de las celdas del panal de abejas, con seis lados.

Y vamos llegando a la esencia de todo esto: el patrón, la generalización, la abstracción… el concepto.

Así, reparé aquella mañana de invierno que parecían estar estafándome en el banco: no era exactamente igual que cuando le colaron las preferentes a Eduardo Viñas, y tampoco eran preferentes; no parecía que mi asesor telefónico jugara a flirtear como le pasó a Rosa Núñez, aunque estaba siendo la mar de amable conmigo; tampoco me estaban vendiendo duros a cuatro pesetas como otras veces. No, nada de eso. Pero yo sospechaba que me estaban llevando a lo oscuro, al rincón sin vuelta atrás, donde posiblemente podría haber tirado todos mis ahorros a la basura. Afortunadamente, prendió la chispa y pedí el comodín de pensármelo. Consulté, me informé aquí y allá, y reflexioné. Hice bien en pensar que parecían estar estafándome, pues no estaban estafándome. Era una buena oferta: dos sartenes antiadherentes por abrir un plan de pensiones con una rentabilidad fija del uno por ciento anual. No he vuelto a cocinar dos tortillas de patatas iguales, pero desde entonces puedo afirmar sin parecer presuntuoso que cada tortilla que hago es inigualable.