Me persigue

Escalofríos

 

He pasado ya tres días encerrado en este húmedo cuchitril. A ratos me vence el sueño pero la tensión no me deja descansar. Me siento sucio y creo que enfermaré si sigo aquí metido, con estas ropas mojadas, no tanto por el agua que parece filtrarse por todos lados como por mi propio sudor que empapa mis prendas e impide que se seque mi cuerpo. No sé cuánto tiempo llevo tiritando de forma compulsiva y, de seguir así, poco tardaré en sucumbir de un colapso.

Tengo que tranquilizarme. El nerviosismo que me invade es muy intenso, me tiene aletargado, vacío de fuerzas y ahogado por el miedo. Aunque realmente no sé bien por qué motivo. Llevo muchas horas aquí, agazapado entre las sombras humedecidas de este cubículo pestilente, ocultándome de algo o de alguien que no sé qué o quién es. Cuando decidí esconderme pensé que con ello conseguiría despistar a mi perseguidor y que, tras un breve espacio de tiempo, podría salir de aquí, liberado de esa tenebrosa presencia.

Bastante tiempo antes del momento en el que me escondí, noté que una presencia iba tras de mí. Puede que resulte ridículo decir algo como esto en el centro de una ciudad por la que deambulan miles de personas, en la que miles de presencias se mueven a nuestro alrededor en cualquier momento del día o de la noche. Pero entonces sentí, y aún sigo sintiéndolo, que algo amenazador me seguía. Lo sentí en el vientre, en las tripas, en la falta de aire en mis pulmones. Noté una angustia profunda y un ahogo tortuoso que me hizo temblar de miedo, de mucho miedo; temblar de pavor.

Recuerdo que en mi desesperada huida miraba constantemente hacia atrás, que detenía constantemente mis nerviosos pasos para darme la vuelta y buscar entre la algarabía de cabezas que se movían en todas direcciones, aquella que era la que me estaba siguiendo.

Sabía fehacientemente, lo sentía visceralmente, que había alguien o algo ahí, a mi espalda, que iba tras de mí, algo amenazante, algo terrorífico.

La persecución se me hizo eterna. Durante varias horas, recorrí la ciudad, que conozco bien, en una huida desquiciada que no me permitía pensar, que me impedía reflexionar sobre qué actitud tomar ante semejante amenaza. Mi caminar fue anárquico y zigzagueé por entre las calles sin saber bien hacia dónde me dirigía, alejándome cada vez más de mi casa, el refugio en el que me podría haber sentido a salvo y seguro. Pero los nervios me impidieron pensar con claridad y casi sin darme cuenta de por dónde caminaba, recorrí muchos kilómetros separándome más y más del área de seguridad, la que tenía mayor densidad de gente que, en un momento dado, podría haberme ayudado a librarme del ataque que presumía se iba a consumar en cualquier momento. Sin darme cuenta, sin ser consciente de mis pasos, me estaba alejando de mi vivienda, en donde podría haberme encerrado, salvándome de la amenaza.

Pero, ¿salvarme de qué? Por mucho que miré hacia atrás no pude distinguir nada ni a nadie que me estuviera siguiendo… aunque sabía que eso es lo que estaba sucediendo, sentía con todo el poder de la certeza que estaba huyendo de algo pernicioso, de algo que podía hacerme mucho daño… aunque no pudiera verlo.

Seguramente debía de ser alguien o algo experto en el camuflaje, en la simulación. También era posible que no se hubiera dado cuenta de que yo me había percatado de que me estaba persiguiendo. En cualquier caso, estaba dándole trabajo si es que su fin era atraparme. A pesar de que mi sufrimiento y angustia iba creciendo por momentos, me envalentoné e hice todo lo posible por no dejarme atrapar, porque no me alcanzase en ningún momento, confundiendo sus presumibles suposiciones sobre mi actitud y tratando de darle esquinazo en la primera oportunidad que tuviera. Pero no me fue posible esquivar a mi perseguidor y la angustia fue creciendo hasta crearme una inquietante sensación de agotamiento, tanto físico como mental, que me impedía pensar claramente.

Aún lo sé. Sé que ahí afuera hay algo o alguien esperando a que salga de este infecto agujero en el que me escondo desde hace una eternidad. Los latidos de mi corazón resuenan como explosiones en la oquedad de este espacio casi vacío en el que me he metido.

Cuando tras mucho caminar fui saliendo de los límites de la ciudad, me dirigí hacia una urbanización de edificios adosados que había quedado a medio construir tras quebrar la inmobiliaria a causa de la crisis económica.

¡Qué listo he sido! Quien quiera que sea el que me persigue no podía suponer que tomaría esta estrategia, tan inteligente como desesperada. En este lugar no hay luz en las calles, que están casi sin asfaltar, y muchas de las viviendas tienen solo algunos tablones para cubrir los huecos donde habrían ido las ventanas y puertas si se hubieran acabado de construir. Además, como es una urbanización moderna y tan desmesurada como uniforme, todos los edificios son iguales. Hay miles de ellos, construidos en serie y adosados uno a otro. Es difícil, más en la oscuridad, distinguir uno de otro y muy fácil desorientarse en este panal de viviendas, todas con las mismas fachadas de ladrillo desnudo, casi todas con las mismas carencias de construcción y, en conjunto, con el mismo tenebroso aspecto en las sombras de la noche.

He hecho bien resguardándome en este lugar. Quien esté fuera esperando a que salga no podrá descubrir jamás, quizás solo por azar, en cuál de las casas me he metido, y seguro que acabará yéndose. Entonces podré salir con seguridad y volver a mi casa.

Claro que ya llevo mucho tiempo aquí metido y las fuerzas me están flaqueando. Llevo tres días sin comer y bebo de la tubería desnuda del baño de la casa. Las condiciones del espacio son lamentables. El suelo está sin cubrir y es un áspero hormigón o algo así. No tengo más abrigo que la ropa que llevaba puesta cuando empezó la persecución y ya apesta. Además, está empapada por mi propio sudor. Afortunadamente la temperatura es cálida y no paso frío, pero no consigo descansar y no sé cuánto tiempo más voy a poder seguir en estas condiciones.

Porque estoy seguro de que esa presencia amenazante aún está esperándome. De cuando en cuando me asomo con mucha precaución por el hueco de la ventana para tratar de verlo, pero no he logrado descubrir nada significativo.

Hace unas diez horas… No sé. Ya estoy perdiendo el sentido del tiempo… Hace bastantes horas pude ver a un guarda de seguridad, de esos que vigilan obras y espacios privados, pero no me atreví a gritar por miedo a llamar la atención de ese ser que me vigila y descubrirle mi escondite. Hice lo posible por llamar la atención del guardia, pero este pasó de largo sin atender más que a la pantalla de su teléfono móvil a la que golpeaba con el dedo insistentemente.

Tengo que aguantar. Voy a seguir aquí encerrado hasta que tenga la absoluta certeza de que la presencia vigilante de ese ser ha desaparecido.

Voy a aguantar lo que sea necesario.

Tengo hambre, mucha hambre.

Tengo sueño, estoy cansado. Estoy sucio.

Pero voy a aguantar hasta que logre acabar con la amenaza que me oprime, hasta que este miedo inmenso abandone mi cabeza.