Me marcho despacito
sin dejarme ni un beso en el cajón de la mesita.
Enredados versos bailan en mi pecho
intuyendo que no habrá mañana.
Dibujo sonrisas y las cuelgo en las paredes;
pueril imitación del calor de mis labios
que perdieron su tibieza en sueños de papel
y un cartel en la puerta con puntos suspensivos.