La gente habla demasiado, lo sabes bien, y dice cosas que no vienen a cuento. Tal vez de ahí tu asombro por la frase que más te emocionó aquel día, la que te dijo Pérez.
Antes de ese momento, Pérez solo era un hombrecito menudo e insignificante que apenas llegaba a figurante en una vida como la tuya, repleta de sueños y aventuras. Su mayor andanza fue viajar un día a Mallorca a la búsqueda de una muchachita en flor y algún que otro devaneo.
No merece la pena relatarte cómo y de qué manera volvió Pérez de Mallorca, solo añadiré que vino solo y sin guitarra ni flor.
Desde entonces Pérez se volvió taciturno; acostumbraba a merodear por librerías y bibliotecas. Los domingos se perdía por claustros de conventos deshabitados tratando de encontrar alguna certeza que le inspirara, pero que siempre acababa siendo una mezcla de ascetismo y resignación.
En aquella época, tú estabas en pleno desamor y también te gustaba callejear por la ciudad intentando evitar el bullicio. Por eso no es extraño que Pérez y tú acabarais coincidiendo un frío domingo de noviembre en el mismo lugar, ensimismados ante el jardín del claustro de las carmelitas descalzas.
Lo encontraste muy cambiado. Tras hablar largo rato con él, acabó confesándote que últimamente andaba algo perdido y no sabía muy bien qué hacer con su vida. «Me parece que es demasiado tarde para casi todo», te dijo. En aquel instante, no sabes si fue su voz, sus palabras o el silencio del claustro, pero la frase se te quedó clavada como un aguijón.
Desde entonces te resistes a que la vida se te escape de las manos, pero la frase «demasiado tarde» se repite en tu cerebro como un mantra y no sabes cómo deshacerte de ella.
Piensas que, de todas formas, poder llegar tarde implica que aún se puede llegar a algún lugar y que eso es quizá lo más importante. Te preguntas si es una cuestión de velocidad o, simplemente, de tener o no la sensación de haber llegado a algún sitio.
Y recuerdas también cuántas veces te ha parecido que llegabas tarde a los grandes acontecimientos de tu tiempo, como si a menudo asistieras tan solo al último coletazo de momentos más fecundos. Sin lugar a dudas, Pérez sabía de lo que hablaba.
Tal vez por eso aquel día no fue demasiado tarde. Las palabras de Pérez rozaron tu nuca, y le oíste a través de la piel, como quien oye a los pájaros. Entonces supiste que un lugar no siempre es un espacio físico, puede ser también un canto o una voz, o simplemente un instante en el espacio.
– Imagen @Silvio_piesco –