Ánima: Alma, en latín. En el cristianismo el término se refiere con preferencia a las ánimas del purgatorio. En Castilla reciben el curioso nombre de estantiguas o también el apotropaico de “buena gente” o “ánimas benditas”, para congraciarse con ellas, no vayan a ser espectros y causen males como suelen.
Reunidas en Santa Compaña recorren las ánimas los campos de noche una vez al año, por costumbre en el día de Difuntos, si no tienen cosa mejor que hacer. Son nuncios de muerte inminente de algún desgraciado, ya sea miserable o prócer. Las precede un hombre o mujer vivos con una cruz y un cacharro con agua bendita, objetos que debe endosar a otra persona si quiere librarse de tan incómodo y no deseado quehacer. A veces no se ve a las ánimas de esta procesión macabra, pero sí a su conductor; sólo se las oye o huele, y no sabe uno qué es peor.
El genial escritor español Ramón María del Valle Inclán cuenta en una de sus Comedias Bárbaras, en la titulada Romance de lobos que, viniendo por el bosque nocturno muy borracho don Juan Manuel Montenegro, se topó con la Santa Compaña y preguntó sin arredrarse: “¿Sois ánimas en pena o sois hijos de puta?” Es decir: ¿Sois espectros u hombres? Con lo cual don Ramón, haciendo sinónimo de hombre vivo al hijo de puta, estableció sabiamente la calidad moral de los humanos, hombres y mujeres, para los restos.
De la Edad Media en adelante fue costumbre entre los católicos colocar sobre los altares en los templos los llamados “retablos de ánimas”, odiados por los protestantes y frecuentísimos en las iglesias rurales en el siglo XVI. Por lo general son trípticos sufragados por una cofradía de almas del Purgatorio. Constan de un panel central con la escena del peso del alma por san Miguel arcángel, y dos laterales de las postrimerías: el cielo a la derecha y el infierno a la izquierda. El fiel o la beata rezaban ante ellos para ganarse el Purgatorio.
En la sorprendente ciudad de Roma existe un Museo delle Anime del Purgatorio en la iglesia del Sacro Corazón del Sufragio (12 Lungotereve Prati), en el que se exhibe una pequeña colección de objetos de tela o libros con marcas de manos ardientes de las ánimas que reclamaban misas. El párroco no es proclive a dejar visitarlo, pero si insistes te da permiso para dar una vuelta sin hacer fotografías.