Me gusta

El martillo pneumático

 

Cuando pongo un “me gusta” me refiero a esto:

Me gusta el tacto de la materia. No quiero saber nada de la maraña espiritual ni de las verdades ocultas.

Me gusta lo común, lo corriente y lo vulgar. El esnobismo y la exclusividad producen en mi ánimo el mismo efecto que me produce el olor agrio de las cosas rancias.

Me gusta todo lo que está en la superficie. No me interesan las extravagancias ni la magia de un suspiro, ni las ensoñaciones, ni el discurso de los silencios, ni la fantasía de un aliento.

Me gusta la belleza palpable. Prefiero que las bellezas interiores afloren a la superficie. Lo que queda dentro de la piel me resulta demasiado profundo.

Me gusta que las cosas se vean, que así las disfruto mejor, que no tenga la necesidad de pelarlas para descubrir una imaginada belleza oculta.

Me gusta lo que es material. Me desagradan las creencias del más allá, los espíritus y las almas en pena.

Me gustan las playas con niños que juegan. No me gustan las playas exclusivas y solitarias. Deben ser del agrado de muy poca gente, pues por esta razón están solitarias.

Me gusta el paisaje cercano. Detesto lo exótico, los paisajes abruptos con depresiones terribles y rocallas peligrosas. Los paisajes lejanos y todo lo que está más allá, me resulta incomprensible, está demasiado lejos.

Me gusta el pájaro vulgar. Prefiero el gorrión vivaz, sencillo e inquieto más que las aves exóticas que lucen su plumaje de colores en los parques zoológicos o en los reportajes de National Geographic.

A todo esto, añado que aborrezco la frivolidad del arte por el arte. Esto no me gusta nada.