Es sofisticado, moderno y muy estiloso. Incluso desde su mismo nombre. Se hace llamar Marc Palmer, aunque su verdadero nombre es Marcos Romero.
Me enteré no hace mucho cuando un mensajero trajo un paquete para él con algo procedente de Nueva York. Cuando yo estaba entrando al portal, me encontré al repartidor hablando con Andrea, la portera, que insistía en que allí no vive nadie con ese nombre. El mensajero, con cara de estupefacción, revisando una y otra vez los datos de la dirección y Andrea con un gesto cada vez más torcido. Como sé algo de inglés, me di cuenta de que se trataba del mismo nombre español traducido a la lengua de Shakespeare y, como la portera dijo que había salido, me ofrecí a recogerlo y entregárselo cuando volviera. No sé si se trata de algo muy legal, pero el mensajero me lo agradeció, me pidió mi número de DNI y me entregó el paquete. Andrea miró hacia otro lado como no queriendo saber nada.
Cuando me encontré con Marc y le entregué su caja neoyorquina me dio las gracias y me invitó a ver su colección de arte para la que, a fin de aumentarla con una pieza más, había llegado, precisamente, ese paquete de la ciudad de los rascacielos: una fotografía antigua de un autor del que Marc me informó y que yo no conocía de nada, pero que debía de ser muy importante.
En su casa hay cuadros y fotografía por todas partes, como en un abarrotado museo con poco espacio, llenando las paredes y muebles y cualquier otro hueco en donde se pueda colocar algo.
Marcos, que me confesó que utiliza el nombre y apellido en inglés para internacionalizar su propio trabajo, está muy orgulloso de su pequeña colección (pequeña para él, que a mí me parecen muchas cosas). Sobre todo, de algunas obras de las que dice que son únicas y que poseen un gran valor artístico.
Hay algunas piezas que me parecen bonitas, pero muchas no las entiendo, no encuentro mucho sentido a lo que muestran y así se lo hago saber. A pesar de mi torpeza con el arte, se muestra entusiasmado y feliz y me confiesa que en ese aspecto reside precisamente el arte, en sentir emociones, distintas para cada obra, con lo que muestran, más allá de lo que el propio autor haya querido contar con ella o en ella.
—¿Sientes algo especial al ver este cuadro? ¿O esta foto? —me interroga con gotitas de saliva brillándole en su denso y oscuro bigote. Se le nota mucha pasión cuando me cuenta lo que me cuenta y, sin duda, es un tipo que vive plenamente el arte o, al menos, las obras de arte que posee.
Él mismo, me comenta, trabaja como fotógrafo y es por ello por lo que ha adoptado su nombre en inglés. Aunque, dice, pese a que su interés sea la creación artística, que lo que le da de comer son, aparte de algún trabajito como reporteo, las aburridas bodas y comuniones.
—También en algunos entierros he trabajado —comenta—. Hay gente que quiere inmortalizar hasta la muerte.
Sin poder disimular la emoción, me ha enseñado su propia obra, las fotografías que él realiza en su faceta más creativa, centradas, sobre todo, en el cuerpo humano desnudo.
La verdad es que son fotos muy hermosas, aunque le repito que no entiendo mucho de arte.
Me ha propuesto posar para él… bueno, para su colección de arte. Me da bastante vergüenza, aunque no creo ser pacato con el desnudo. Jamás me habría planteado posar para nadie, pero puede que sea divertido convertirse en obra de arte… Lo que sea que quiera decir eso.
(Ilustración: Javier Herrero. Dibujo sobre papel de caca de elefante)