Supe de Marcelo casi por casualidad… O de Márcel, como parece que le llaman, acentuándolo en la primera sílaba.
El Bar Ullo, que está situado a pocos metros de nuestra finca, casi enfrente de ella, disfruta del agrado de muchos parroquianos y tiene un público muy fiel que acude casi todos los días, muy del estilo de las cantinas de pueblo donde se reúnen las gentes para compartir, regañar, contar los aconteceres o simplemente acompañarse, aunque su decoración sea bastante más sofisticada.
Hace unos días me encontraba tomando una tónica en su agradable terraza, a la sombra de unos enormes castaños de gran copa y soberbios troncos, cuando, en la mesa de al lado, se sentó un grupo de chicarrones fuertes, sucios y sudados, con todo el aspecto de llegar recién terminada su jornada laboral para tomar algo antes de retirarse cada uno a sus respectivas viviendas. No me quedó claro si era una reunión casual o si se trataba de algo habitual con lo que relajarse tras el trabajo y darle algo de sentido privado a unas vidas que, como sucede tantas veces, está ocupada demasiado tiempo con asuntos laborales.
Y, como sucede en casi todas las reuniones de compañeros de trabajo, los hombres, que hablaban como si estuvieran solos en el bar, con un volumen altísimo, hacían piña en la defensa de sus derechos y por la mejora de sus condiciones laborales y criticaban, como también suele suceder en dichos encuentros, lo que consideraban explotación por parte de sus patronos.
Entre ese grupo de personas, que ingerían cervezas una tras otra con avidez y gran velocidad, se encontraba mi vecino Márcel y, por sus palabras y la atropellada conversación con sus compañeros, pude colegir fácilmente que se trataba de matarifes, o despiezadores, o como quiera que se llame ese puesto de trabajo de los empleados de un matadero.
Por su aspecto y por sus palabras no parecía que se tratara de ejecutivos, oficinistas, comerciales o técnicos. A todas luces parecían los encargados de aturdir, sacrificar y despiezar a las reses, cerdos, vacas, gallinas o lo que tuvieran que preparar para ser enviado al consumo de los ciudadanos. Así parecían atestiguarlo las ropas de faena que aún vestían y que estaban manchadas de lo que a mí me pareció sangre seca. Puede que sea mi imaginación porque no tengo ninguna idea de cómo se trabaja en un matadero y me cuesta entender cómo en estos tiempos con reglamentaciones para todo lo que hacemos pueden salir los trabajadores de semejante negocio sin haberse aseado antes. Si tengo oportunidad de hablar con él, le pediré a Márcel que me explique las características de su trabajo.
El camarero trataba al grupo con la familiaridad de quienes se encuentran todos los días. Por cierto, este camarero es también vecino nuestro y hablaré de él más adelante, que también tiene lo suyo.
Casi sin necesidad de peticiones ni de mediar palabra, el camarero se acercaba cada cierto tiempo a la mesa del grupo de matarifes con una nueva remesa de cervezas, momento en el que todos soltaban bromas hacia el que les servía, algunas de ellas de dudoso gusto, aunque con el cariño evidente que aporta el trato diario.
Yo ralenticé la ingesta de mi tónica para escuchar más de lo que hablaba esta reunión de sacrificadores, que subía el volumen de su conversación contrapunteada a medida que aumentaba el número de cervezas ingeridas, derivando además la temática laboral de su conversación hacia argumentos más relacionados con el ocio, o casi diría, hacia la bebida, las mujeres, los coches y el fútbol.
Cuando llevaban cuatro rondas, decidieron tomar unas raciones para completar las tapas ofrecidas por el bar y meter algo sólido con la quinta cerveza. Fue entonces cuando descubrí algo que me resultó, cuanto menos, incongruente, si no paradójico.
Márcel, mi vecino matarife que bebía junto a sus compañeros de trabajo en la terraza del Bar Ullo, un trabajador dedicado al sacrificio de animales para consumo humano, se declaraba vegetariano, con la burla, seguramente habitual y repetida centenares de veces, de sus colegas.
Ilustración: Javier Herrero Dibujo sobre papel de caca de elefante.