Me he vuelto mala gente.
Porque me alegra ver al amigo alzar el vuelo, pero ataría mi peso a sus pies si con ello me elevase yo un palmo.
Porque respiro tranquila al ver a vuestros hijos y saber que nunca estaréis solos, pero prefiero que prefieran pasar conmigo su cumpleaños.
Porque cuando me cuentas de tu angustia callo y acompaso a los tuyos mis latidos, pero querría gritarte un «espabila» y obligarte a que opines lo que opino.
Porque me sigo levantando a ceder el asiento pero no miro alrededor antes de sentarme.
Porque sonrío a los músicos del metro pero ya no les dejo nunca una moneda.
Porque me gusto como soy pero me sobra solo un milímetro de cordura para no matar a todos los que son mejores.
Porque me aflige la injusticia y me remuerde haber nacido con más suerte que el que duerme en el cajero, pero mucho más si protesto con una cerveza en la mano.
Porque me llena construir con esfuerzo, pero si supiese vivir del aire y no hiciese frío y el suelo del mundo fuese acolchado, no dedicaría ni un minuto a nada que no fuese contemplar.
Y llegas tú y me dices que me quieres, y te miro y sonrío y te beso en los ojos, y me trago las ganas de decirte que si no mueres por mí, no vales nada.
Fotografía de Susana Blasco