Luis Tomás Encinas Nogales, bibliotecario enamorado y asesino serial

Vidas ejemplares


Luis Tomás nació en Olivenza y a los veintidós se sacó las oposiciones a bibliotecario del Estado, pero obtuvo una puntuación exigua y fue de los últimos en escoger plaza. Fue así como llegó al pueblecito de San Ferriol d’Entremón, en un valle catalán turbio y carlista. Eugenia Teresa Monteagudo, su novia, le dejó en cuanto supo que su destino sería tan triste y se echó en brazos de su eterno pretendiente despechado, Luis Enrique Goyeneche, cabo de la Guardia Civil en Villanueva del Fresno.

Consta en las actas municipales de San Ferriol la incorporación de Luis Tomás en el archivo municipal, siete de agosto de 1954. Solo en mitad de los valles lúgubres, Luis Tomás se encerró en sí mismo y en el estudio de los viejos legajos, los documentos polvorientos y los insectos que habitaban entre los papeles. Su única publicación está fechada en 1958: El lepisma y otros insectos devoradores de papel impreso en el norte de las provincias catalanas. Identificación y exterminio de los mismos. Consejos y fórmulas químicas.

Hasta 1963 no aparece otro dato relevante de nuestro bibliotecario: es en agosto de este año cuando un fotógrafo ambulante le saca una estampa en sepia. Luis Tomás está sentado en la terraza del Casino Sanferriolense. A su lado está una joven. Ambos sonríen con tristeza y resignación. Luis Tomás deposita su mano izquierda encima de cuatro enormes tomos religados a la antigua. Con la derecha sostiene un vaso de vino. Ella bebe una limonada. Tardé años en saber el nombre de la joven: Maria Engràcia Bonsuccés i Dempeus, pubilla de la sardana, de buena familia.

Según sus familiares, Maria Engràcia opinaba de los bibliotecarios que el suyo era el oficio más aburrido del mundo y que, por consiguiente, los bibliotecarios y los historiadores son los hombres más aburridos del orbe. He inferido que en la escena de la fotografía Maria Engràcia ya le había manifestado a Luis Tomás esa opinión, y que de nada le sirvió al extremeño presentarle unos libros (los cuatro que se muestran en la imagen) que eran divertidísimos y muy audaces. Las intenciones copulatorias de nuestro Luis Tomás se frustraron en el instante detenido en el tiempo.

Maria Engràcia fue hallada muerta dos días más tarde, y en el análisis forense se determinó que había ingerido un poderoso veneno, servido en una limonada. Cuando fueron a detener al bibliotecario, este ya se había fugado. El viaje de Luis Tomás en su huida de la mano de la justicia describe un zigzag desconcertante, pero un avispado inspector supo leer que Luis Tomás regresaba a su Olivenza natal. Por el camino se detuvo en Daroca, en Consuegra y en Tomelloso, en Linares, Puente Genil, Guadalupe, Montijo y, por último, en Utrera. En cada una de estas villas invitó a una joven a tomar limonada con veneno. Solo sobrevivió Benjamina Isabel, de Tomelloso, aunque quedó ciega de por vida.

Cuando Luis Tomás llegó a Olivenza se fue a buscar a Eugenia Teresa con una jarra de naranjada (?) en la mano, pero el rudo marido de ella le detuvo en el portal y le asestó una estocada de bayoneta en el pecho, mortal de necesidad. Antes de caer, el bibliotecario consiguió romperle la crisma al agente con su jarra de cristal robusto. Al Guardia Civil le enterraron dos días más tarde en Villanueva del Fresno, y al bibliotecario cinco, en San Ferriol. En San Ferriol no hubo jamás una sola flor en su nicho, lo cual nos confirma que su oficio era insignificante y triste más allá de la muerte.

Cuando ascendió a alcalde de San Ferriol Justinià Xopluc, de ideología nacionalista —en 2017—, el nuevo edil retiró los restos del desdichado asesino y cedió su plaza en el cementerio a Sofrosina Antònia Malagelada Villalonga, decretada mártir de la patria por haber fallecido, de un aneurisma, cuando se desplazaba a la capital comarcal para participar en una calçotada fuera de temporada.