Hay orden de que se deje ya de jugar con Dios y no se pinte todo tan negro.
Si no quiere, no publique…
Vitali Chentalinski.
Sin duda, como los sueños olvidados que retornan a la memoria, los acontecimientos y ausencias, imperfectamente enmascarados por la humareda mediática global, aparecen ya, para los despiertos, preñados de abundantes signos del juego de máscaras subrepticio al que son propensos los que pretenden combatir los dioses secretos con la implementación titánica de las herramientas digitales y cuánticas. Hoy, 18 de julio, una fecha especialmente simpática, leo que Foreign Affairs ha decretado la muerte de la inmunidad de grupo. Casi me atraganto con la carcajada… Posmodernidad sin duda, como señalaba Jünger, es cuando una mujer se coloca sobre su cabeza un sombrero nuevo, o, como decía el viejo refrán, arrieritos semos…
Médicos que matan, en vez de médicos que sanan: ¿alguien podría ofrecer menos?
Cuando la Mañana surja y se haya desvanecido el tiempo de la Máquina, la vida continuará siendo la muerte encinta, y no habrá lugar ya para ironías sustitutivas de la risa de los Celestes; ni para las mascaradas tecnológicas de los bípedos de vertedero, que hoy señorean la tierra a la que degradan denominándola “planeta” y que tratan de detener, con castillos de arena introducidos en las venas fermentadas con satélites, el oleaje oceánico que atisban ya las sondas mecánicas en los abismos interplanetarios.
Terminan los tiempos en que los poetas duermen por no estar presentes los dioses, como señalaba Hölderlin (1770-1843). Altos sacramentos y misterios horríficos se harán presentes a través de los parsecs, mientras se desmoronan fundidas las torres de metal, cristal y grafeno digitalizado, construidas por El Último Hombre. La fascinación del “superhombre” era esto: un ensueño de homúnculos agazapado en el fondo de un determinado tipo de espejos.
No sobrevivirán más que los niños despreocupados entretanto los cielos decantan, sin casi ya el testimonio de ojos humanos, los jugos y mareas de un nuevo cóctel de lunas. El mundo será bello hasta el último instante, el Momento de la Llama: cuando el espejo se desgarre de parte a parte, pero no el hombre que lo deshabita y profana con lo que llama “arte”. Y por ello será borrado de nuevo de la faz de la Tierra.
Agustín de Foxá (1906-1959), en un artículo curiosamente evitado en el índice del excelente volumen prologado por Jaime Siles, quizá por la quietud que evoca su título (Del Marruecos inmóvil), da cuenta de una entrevista que mantuvo con un hombre sabio del país vecino que había decidido no salir más a la calle hasta su deceso. Cuando le hablaron de “los hombres grandes de su tiempo”, el artículo es de noviembre 1945, señaló con precisión: Todos morirán; todos son hijos de nueve meses. En cuanto al mundo en general lo que dijo tiene directa aplicación a nuestros días: las naciones están locas y en el mundo no hay goce.
Vivimos ya los últimos chisporroteos de una antorcha pisada. Continúo secuestrando alguna que otra frase de don Agustín, y que me perdone Ernst Jünger (1895-1998), que hasta el final de sus días estuvo escuchando en su gramola particular viejas melodías del titán encadenado en el Cáucaso. Y continuando con nuestro alemán, para mejor terminar: el mundo se torna siniestro en aquellos sitios donde se deniega a los muertos la inhumación y las honras fúnebres o se las descuida. Más o menos lo que ha ocurrido urbi et orbi con la proclamación global de “plandemia” el año pasado.
No sorprende, pues, que el autor de Eumesville percibiera, ya en los inicios de los noventa, una angustia mundial creciente y un descontento general en aumento. Hoy, tras diversos hiatos nada tranquilizadores devenidos en el siglo XXI, conocidos de todos y que voy a obviar por higiene semántica al estar contaminados por la pestilencia periodística, la situación entra en su etapa más álgida. El fuego acrecienta su poder: el fuego fósil de los núcleos atómicos del cual el viejo ámbar es símbolo.
¿Qué otra cosa podría explicar la ausencia de la voz “escarabajo” en el Diccionario de Símbolos de Cirlot?
Pronto empezará a hablar la materia misma, tras haber estado largo tiempo mascullando… (Ernst Jünger: La tijera. Tusquets, 1993).