Un aristócrata no es más que un señor del que se conocen sus antecedentes y,
a pesar de ello, es respetado.
El «Perich»
Como muchos ya sabrán, cansada del papel cuché, decidí ponerme al servicio de la gente común. En el fondo, soy una persona de carne y hueso, con sentimientos y con muchas cosas que aportar al pueblo llano. Durante años —no muchos— me he visto obligada a viajar por todo el mundo. Es duro vivir dos meses en Saint Tropez, una semana en Aspen, un mes en Dubai, otro mes en Bali… Pero se hace con gusto sabiendo que siempre estoy en casa. Pues bien, en este tiempo he ido percatándome del valor de las pequeñas cosas. Sin duda, hay objetos que nunca pasarán de moda. Joyas, jarrones chinos, alfombras persas y demás no necesitan presentación. No. Son los objetos de nuevo cuño los que pueden llegar a cambiar nuestro modo de vida. Si no para alcanzar una posición como la mía, sí al menos para emular algún placer que otro. Y con esa sana vocación de ayuda al prójimo fue con la que mi equipo de asesores me puso en contacto con el editor Nicanor.
En un principio, este amable señor me facilitó una guía de estilo para mis pinitos en La Charca Literaria. Sin embargo y tal vez deslumbrado por mi currículum, accedió encantado a que me expresara tan libremente como quisiera o como dieran de sí los objetos a tratar. Eso sí, con una limitación de palabras para no herir susceptibilidades de otros colaboradores de la insigne revista.
Y eso es todo: pongo desde ahora mi alma y mi savoir-faire al servicio de los lectores avispados de esta publicación.
Ahí va mi primer ejemplo
No estoy hecha para llevar bolso, sinceramente. Eso para empezar. Ahora bien, no puedo resistirme a coleccionarlos. Ya voy por el segundo trastero y estoy haciendo números para construir el tercero. Mi pareja lo sabe —lo sabe todo—, es tan fanática como yo y no escatima: porque hoy es hoy o porque sí, no importa. A las dos nos pirran: textiles, de cuero, de cualquier textura, grandes o pequeños… Da igual. Luisa sí lleva bolso cuando se arregla; además, le gusta. Pero tampoco es habitual luciendo complementos, pues suele vestir informal. Así que, últimamente hemos empezado a plantearnos una actividad lúdica para sacar partido a la fantástica colección que atesoro —que atesoramos, claro—.
Aún no lo tenemos decidido. Entre las opciones que estamos barajando, empezamos a decantarnos por un festival benéfico. Nada serio, solo entre nosotras y unos amigos que gustan de nuestras extravagancias. Me imagino a Luca como loco, haciendo que recoge llamadas telefónicas de gente que puja por cada bolso que muestra Luisa en pantalla. Teresa, al otro lado de la línea, imitando voces —es única—, mientras Carlo, Mario y Gina se turnan haciendo de azafatas y público entusiasmado que aplaude a rabiar.
Nos emocionamos solo de pensarlo. ¡Ea! ¡Está decidido!