Literatura cuántica

Leído por ahí

Denominar literatura cuántica a los microrrelatos (a los minicuentos, los relatos mínimos, las minificciones…) es una forma de aproximar la creación literaria a la dinámica de las partículas subatómicas que, según la física actual, a veces se comportan como ondas y, otras veces, como entidades compactas que ocupan un lugar en el espacio. Las ondas, a diferencia de las partículas, fluyen con velocidad definida y carecen de masa. Las partículas, en cambio, son sólidas y están ancladas en la realidad. Visto así, los microrrelatos a veces se aproximan a la poesía (fluyen como ondas, carecen de masa), aunque la solidez de sus argumentos los aproxima a la textura narrativa de la prosa (particularmente sólida). La discusión, pues, está servida. Solo cuando los microrrelatos se convierten en meras ocurrencias, pierden sus características definitorias y caen en el terreno del aforismo, la máxima, la opinión argumentada… que, como sabemos, pertenecen a otro tipo de construcciones literarias.

Para saber más, busco información en la introducción a la Antología del microrrelato español (1906-2011), donde Irene Andrés-Suárez, la antóloga, enumera los rasgos constitutivos de este cuarto género literario que no es la novela, ni la novela corta, ni el cuento. De un lado, al microrrelato se le exige brevedad; de otro, ha de contar una historia, esto es, ha de narrar algo que discurre en el tiempo, a través de un sujeto que hace u omite ciertas cosas, ha de evolucionar desde un estado inicial a otro final, ha de resultar coherente y estar bien articulado, de forma que el lector pueda establecer nexos causales entre el comienzo y el final de la narración. En otras palabras, al microrrelato se le exige narración y brevedad. Quizá pueda contener algún ramalazo lírico (parecer una onda), pero sin que eso lo convierta en poesía. El microrrelato ha de ser fundamentalmente prosa.

He aquí un ejemplo paradigmático de Carlos Edmundo de Ory: «Érase una vez una chiquilla que era muy blanca y se murió y fue más blanca todavía». 

La brevedad del microrrelato implica eludir información, mantener la historia entre el silencio y la escritura, entre lo dicho y lo no dicho, porque, como escribe la prologuista de nuestro libro: «En el microrrelato, lo que se silencia, lo que se sugiere y presupone tiene un peso mayor que lo que se dice o se muestra». ¿Hasta dónde puede el autor de microrrelatos encoger esa información? ¿Cabe exigir al microrrelato la concisión que hemos observado en el ejemplo de Edmundo de Ory? No es imprescindible. Un microrrelato podrá eludir información mientras mantenga la tensión de lo que explica y logre en el lector el efecto de condensación e intensidad que busca. El microrrelato necesita, pues, de un lector activo capaz de rellenar por su cuenta los vacíos de información propios del género. 

Ausencia de complejidad estructural, mínima caracterización de personajes, esquematismo espacial, condensación temporal y utilización de un lenguaje connotativo que ayude al lector a establecer conexiones que enriquezcan la historia. Esas son las cualidades formales que un microrrelato no puede obviar. Tales rasgos están presenten en muchos de los microrrelatos que aparecen en esta antología, una delicia que el buen conocedor no puede obviar. He aquí un ejemplo de Max Aub, perteneciente a sus Crímenes ejemplares, librito donde el autor transcribe supuestas declaraciones de asesinos resueltas en un plis plas: 

«Estábamos en el borde de la acera, esperando el paso. Los automóviles se seguían a toda marcha. El uno tras otro, pegados por sus luces. No tuve más que empujar un poquito. Llevábamos doce años de casados. No valía nada».

Las ausencias de información y la condensación a la que aludíamos más arriba son recursos formales que aumentan la intensidad del microrrelato. Es la traslación a la literatura de la exigencia menos es más que popularizó en sus reflexiones sobre el arte el neodadaísta Ad Reinhart: «Mientras más cosas contenga, cuanto más ocupada sea la obra de arte, peor será. Más es menos. Menos es más. El ojo es una amenaza para despejar la vista. Desnudarse es obsceno. El arte comienza con la eliminación de la naturaleza».

La lista de practicantes del microrrelato español que aparecen en esta antología es larga y surtida: desde los inicios del género (Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, José Moreno Villa o García Lorca) a señoras y señores consagrados en otros géneros que también practicaron esta actividad (Pío Baroja, Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Luis Mateo Díez); desde algunos clásicos del postismo (Francisco Arrabal o Antonio Beneyto, entre otros) a gente próxima que estuvo a un tris de colaborar en La Charca (Javier Tomeo) o que todavía colabora con nosotros (Albert Tugues). Solo echo en falta la presencia en este libro del contundente Francisco Ferrer Lerín, uno de cuyos microrrelatos publicados en La Charca es este, titulado La casa, y que reproducimos a continuación: 

«Regresé a los treinta años de mi muerte. La casa, vieja, sin aquella mano de pintura que nunca pudimos dar; los libros sepultados por el polvo; los muebles, devorados por la carcoma. Ni rastro de los míos. Mi mujer, enterrada lejos, en el sur seco y amarillo. Mis dos hijos, a los que tanto quise, irremisiblemente borrados, sin pistas para saber qué habrá sido de ellos. Subo y bajo escaleras, cojo el ascensor, recorro el inmenso garaje, paseo por la acera, pero no conozco a nadie, no queda nadie de aquel tiempo. Y no puedo preguntar a esa gente extraña, porque no me oyen y, quizá, ni me ven. No debí volver». 

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

—Si es usted uno de nuestros colaboradores, estudie, esfuércese y consiga comprimir sus historias para que no se alarguen más allá de lo estrictamente necesario. La Charca Literaria es un vehículo de creación y lectura que se consume en pocos minutos. Muchísima gente nos lee en sus desplazamientos en metro, entre estación y estación. O en la consulta del médico, entre paciente y paciente. Está comprobado.

—Si usted todavía no trabaja con nosotros y le gustaría hacerlo, tome ejemplo de Albert Tugues, Ferrer Lerín, Ana Grandal o Cristina Mirinda que, en pocas líneas, condensan narración, punto de vista y connotaciones varias para lograr con los mínimos recursos el mayor efecto. Solo entonces atrévase a dirigirse a nosotros, que tampoco tenemos demasiado tiempo para leernos sus mamotretos. Estamos en la era de la brevedad. ¿Lo entiende?

—Ahí va un ejemplo final pergeñado por un jovencito (Miguel Ángel Fernández Navarro, 1974). Su microrrelato, que es espeluznante, se titula Efectos secundarios. Miguel Ángel, si por fortuna nos lees y quieres jugar en La Charca, escríbenos a contacto@lacharcaliteraria.es:

«Con el lógico nerviosismo de la primera noche, el hijo del sepulturero ayudó a su padre a colocar la lápida de una tumba. Mientras sostenía el mármol, escuchó golpes y gritos en el interior del panteón. Miró a su padre con el rostro desencajado por el terror. Pero la voz de la experiencia logró tranquilizarlo. “No te preocupes. Es normal. Enseguida se les pasa”».