La levitación acústica es un fenómeno físico no lineal relacionado con las ondas acústicas (ya sea sonido, infrasonido o ultrasonido) que consiste en que al incidir en un objeto y bajo determinadas circunstancias, las ondas acústicas logran mantener ese objeto suspendido en el aire sin necesidad de contacto alguno, de ahí el nombre de levitación.
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Dice que ha perdido la onda, la onda acústica, y ya no puede levitar como antes, cuando un solo poema le hacía subir y bajar, levitando, ahora hacia arriba, ahora hacia abajo…, y otra vez hacia arriba.
Un constante éxtasis poético que dedicaba a las chicas del club de rock del barrio, a las que, sin embargo, enamoraba en vano con sus poemas ilegibles y sus pasos de baile. Era algo que nunca llegó a comprender del todo, pues no escribía ni bailaba tan mal, decía cuando otra novia lo dejaba plantado en la acera.
Ahora, con la edad, ha aprendido a controlar los poemas y los sentimientos mediante esos movimientos científicos propios de la levitación acústica, de la que en su día ya fue pionera santa Teresa de Jesús, entre otras y otros místicos y poetas.
De todos modos, dicha técnica no es tan sencilla como podría parecer a simple vista. Al comenzar a levitar, como no dominas aún los movimientos del ascenso y descenso, caerá en la desesperación todo aquel que sea neófito en cuestiones de poesía, amor y levitación.
El ascenso, por supuesto, es lo más gratificante, y de ahí también el peligro que entraña el descenso. Dado que uno, al descender demasiado alegre y confiado por la gratificación del ascenso, tiene un alto índice de probabilidades de accidente: tropezar, darse de bruces contra el suelo duro y sucio de la realidad, y resultar herido de muerte. Como ya nos advertía el poeta Maiakovski en su carta de despedida: “La barca del amor / se ha estrellado / contra la vida cotidiana”.
Como así ocurre, por los siglos de los siglos, cuando llega el día triste en que una novia o novio te substituye y levita con otro.