Le père Nöel a les yeux-bleus

La Charca en Navidad

Fotograma de la película Le père Nöel a les yeux bleus (1967), un mediometraje de Jean Eustache.


Los mandamases de La Charca Literaria se las dan de rompedores, pero cualquier lector mínimamente atento puede ver que, bajo esa capa de supuestos revolucionarios, apenas si se oculta un fondo de lo más acomodaticio y conservador.

Periódicamente reúnen a su redacción y, en vez de solicitarles que expriman sus meninges y empleen sus capacidades para desarrollar un número extraordinario de la revista que aborde los grandes asuntos que asaltan a la humanidad, encauzando a esta por una vía salvadora, les obligan a centrarse en temas tan periclitados como las Navidades, el Día de los Enamorados —que viene, como todo, de Norteamérica, del Saint Valentin’s Day— o el Día de los Muertos —convertido, a su vez, en un surfeo por esa idiotez, que invade al mundo, del Halloween—. Ya sólo les falta importar el Día de Acción de Gracias y hacerse adictos del Black Friday ese. Pero mejor no dar ideas, que todo se andará…

Pues bien: ahora reinciden con la antigualla esa del cuento de Navidad, y solicitan a todos sus empleados que escriban alguna cosa que tenga esa época tan odiosa como protagonista.

En esta ocasión estaba ya decidido a asumir las consecuencias y renunciar a participar. Había preparado incluso el discurso que iba a enarbolar inmolándome como escribano definitivamente. Pero, antes de dar ese paso, pensé por un momento si había visto alguna película en la que las Navidades fueran protagonistas, pero no con ese idiota recurso de la bondad universal como untosa miel que supura por todos lados. Me surgieron, entonces, unas cuantas que caían en el extremo contrario. Papás Nöel que esconden entre sus abultadas ropas blancas y sobre todo rojas (¿hay que recordarlo? imposición publicitaria de la Coca-Cola) un fusil ametrallador con el que provocan una escabechina, otro que entra con su tranquilizadora figura (será para otros, claro) en la pizpireta casa del americano medio… para estrangular a la chica, cosas así.

Pero, haciendo ese repaso, un rayo providencial impactó súbitamente en mis pensamientos, y una sonrisa de satisfacción surcó, de lado a lado, mi cara: ¿Pues no había hecho Jean Pierre Léaud —el Jean Pierre Léaud veinteañero— de Papá Noël? Mi puesto de trabajo estaba salvado y el sustento para los míos asegurado por una larga temporada, porque es conocida la altísima prestación que obtienen los llamados “colaboradores” por participar en estas fantochadas periódicas.

Fue en Le père Nöel a les yeux bleus (1967), un mediometraje de 47 minutos de Jean Eustache, que emprendía con el un recorrido ficcional basado en su propia biografía. Léaud era Daniel, el mismo Daniel del maravilloso largometraje rodado bastante después por Eustache, Mes petites amoureuses (1974), pero con unos años más, ya superadas sus dudas adolescentes sobre cómo abordar al otro sexo, si bien con similares problemas prácticos para salir airoso del envite.

Para ajustarse a los hechos, la ciudad en Navidades era Narbona, una Narbona que aún mantenía los decrépitos, pero impresionantes cafés, donde caía por la noche o en festivos toda su población hasta su retirada por agotamiento; y también contaba con alguna zona de apariencia algo cosmopolita, como la del cruce en el que unos querían aprovechar el impulso comercial que, al igual que esa insidiosa musiquilla de villancicos actualizados, proporcionan estas entrañables fiestas. Será ahí, pues, donde se situará Daniel, con sus sacos, traje y barba, prestándose a las fotos de rigor que tanto imponen a los niños… y a los adultos. Sé lo que digo: he visto, a este respecto, a todo un director de una gran multinacional haciéndose fotos dando la mano, sin un ápice de sentimiento del ridículo, a un pobre desgraciado disfrazado para la ocasión de Mickey Mouse.

Daniel lo hace para sacarse unos cuartos y poderse comprar la motocicleta de sus sueños, pero a poco de empezar su trabajo va viendo que le va cogiendo el gusto a la experiencia. Por un lado, con esas ropas, capucha y barbas se resiste el frío bastante bien. Por otra parte, poco a poco va comprobando que no solo los niños y sus madres desean hacerse fotografías con él. También chicas jóvenes, de buen ver, que normalmente le rehúyen, son las primeras en acercarse, con una amplia sonrisa, a solicitar la pose de rigor.

El placer máximo llega el día en que la chica a la que no hay manera de abordar, por lo esquiva que se muestra con él, es su compañera de cuadro. Él le pasa su brazo por su espalda y ella, lejos de rechazarlo a bofetadas como haría con él luciendo de civil, se acurruca, satisfecha, bajo su abrazo protector… y algo más.

¡Quién habría de decirle a Daniel, y a mí mismo, que las Navidades tienen algún punto de confortable, de sumamente satisfactorio!