Lana escribe desde Acapulco

Los lunes, día del espectador

John Gavin y Lana Tirner en Imitation of Life (1959), de Douglas Sirk

Querido Fulgencio:

¡Qué extraño se me hace escribir tu nombre! No finjas sorpresa, que son muchos años y ya te veo venir con ese gesto despectivo tan tuyo. Fíjate que hasta ahora solo lo había pronunciado, y es hoy la primera vez que escribo tu nombre. Es raro, pero nunca, ni siquiera de novios, nos habíamos mandado cartas. ¿Cómo íbamos a escribirnos si siempre te llevaba pegado a mí como una lapa, que ni respirar me dejabas? Y para que te enteres: Fulgencio me sigue sonando a refulgir y a ful. Así que no te llames a engaño, tesoro: tú tienes de ambas cosas, pero, sobre todo, tienes mucho, pero muchísimo, de ful.

Desde Acapulco todo se ve distinto, ¿qué te voy a contar? Esto es otro mundo, y solo te echo de menos a medias. Cada día menos, para qué mentir. ¿Recuerdas la primera vez que me echaste el ojo en la verbena del barrio? En esos días sí que refulgías, Fulgencio, ¡y lo buen mozo que eras y lo macizorro que estabas! Me dijiste que te ponía muy burro fantasear con mi pecho protuberante insinuado tras el ajustado suéter celeste, y que observar mis labios mientras succionabas un polo de vainilla y fresa te había dejado sin resuello. También me espetaste, así, de buenas a primeras, que yo te recordaba a Lana Turner en los tiempos en que aquel cazatalentos la descubrió en una heladería de Los Angeles. Luego añadiste: «no te falta más que el pelo platino para ser clavadita a ella». Y ahí que fui yo, para contentarte, a teñirme de rubia a la peluquería de mi calle, sin sospechar todavía lo muy Stompanato que me ibas a salir, Ful de mis entretelas, que ni juntando al chulo de Johnny y al bobo del Pijoaparte suman entre los dos un Fulgencio enterito.

No me quejo. Tampoco me ha ido del todo mal. Hasta he acertado una quiniela que me ha permitido vacacionar en este hermoso paraíso; a mí, que no entiendo ni jota de fútbol ni sé nunca quién ha jugado contra quién. Ya ves, ahora sí que soy plenamente Lana Turner. Pero no la pechugona vulgarzuela de los inicios, la verbenera esa que tanto te gustaba. No, mi amor. Ahora soy como la Lana de después, la gran dama en technicolor, la del vestuario suntuoso, los joyones de postín y el peinado elaborado que, aun conservando ese rubio platino un poco de cabaretera, me hace parecer tan señora.

¡Ay, querido, solo me faltaba Acapulco! Y con dinero en el bolsillo, ¡menudo sueño! Aquí, todos los hombres se dan un aire a Fernando Lamas, pero he conocido a uno que es el que más se le parece. Idéntica apostura, la misma tez bronceada, la mirada lánguida y viril, pañuelo al cuello y unos blazers tan elegantes que convierten a un guaperas cualquiera en un tipo distinguido. Porque esta es otra, Fulgencio, y es de cajón: tú, de distinción no andas sobrado precisamente. Esos pantalones estrechos marcando paquete ya no son para ti, que hace demasiado que dejaste atrás los veinte. Nunca has sido un caballero, y, al paso que vas, nunca lo serás. A ver si te percatas algún día.

Yo, en cambio, sí me estoy convirtiendo en una dama, ¡pásmate! Me imagino tus risotadas; las estoy oyendo, de hecho, a pesar de la distancia ¡Cómo me gustaría que me vieras hacerme la démi-mondaine por estas boîtes y estos dancing-club tan sofisticados! Lo de ser Lana Turner se me está dando de cine. Que está chupado, ¡vamos!, y más en Acapulco, donde incluso la luna es distinta a la de nuestro barrio. Figúrate, hasta hay mariachis de verdad que me dedican serenatas por encargo de mi adorado Lamas, ese jet-setter tan encantador. No como tú, que eres un ganapán, y perdona que te lo diga. En resumen, cariño, que es todo tan de película que ni te lo creerías. Lana en la luna sería un título perfecto y definitivo. Para fliparlo en tecnicolor.

¿Sabes qué es lo único bueno de cumplir años? Pues que una puede seguir ejerciendo de Lana Turner sin perder comba y sin despeinarse (y nunca mejor dicho, porque a Lana, a pesar de las desgracias que le ocurrían en las películas, que no eran pocas, jamás se le movía un pelo). El secreto es tan sencillo como reciclarse y pasar, sin que se note en exceso, de muchacha exuberante a madura seductora y con estilazo. Sí, ya sé que pensarás que soy una ridícula, pero tú también lo eres, corazón, aunque ahora me salgas con que quien te mola en realidad es esa otra Lana, la del Rey. ¿Qué quieres que te diga, Fulgencio? Esa chica tan joven no te pega ni con cola, ¡no me fastidies! Y tampoco te las des ahora de monárquico cuando nunca lo hemos sido. Lo nuestro, querido, por mucho que aparentemos y por más lana que yo dilapide por estos Méxicos de Dios, es más de tornero-fresador; es decir, de Turner, que siempre ha sido una lana de otra clase.

Te escribiría mil cosas más, pero lo voy a dejar aquí. Mira qué tonta, ahora me doy cuenta de que se me ha ido algo la mano con los reproches y de que apenas te he explicado mis andanzas por Acapulco. Pero otro día será, mi vida. Tú sabes que el suspense es la sal de la vida, ¿verdad? Pues aguanta un poquito, que la intriga siempre aumenta el interés. Al menos, eso solías decir cuando yo te preguntaba y no te daba la gana de contestarme.

¿Por dónde iba, que me disperso? Ah, sí, me estaba despidiendo de ti. Puede que el adiós sea definitivo, aun no lo sé con seguridad. Pero no te apures porque todo es relativo, lo leímos en aquel libro que venía con un periódico del domingo, ¿te acuerdas? De cualquier modo, amado mío, quiero que sepas que tú serás mi eterno Glenn Ford. Y claro está, yo seré tu Rita Hayworth hasta que la suerte y los mojitos nos separen.

En fin, querido, entiende de una vez que para ser una Lana fetén es preciso llevar mucha seda encima y coleccionar, de paso, varios maridos. Y si es posible, también joyas, coches de lujo y, si se tercia, apartamentos en la costa de Acapulco. Pues eso, cielito lindo (¡hay que ver lo rápido que aprendo el mexicano!), cuídate mucho y no sufras por mí. Tal vez algún día vaya a visitarte acompañada por mi amigo Lamas, que, como ya te he dicho, es todo un señor. Si se diera el caso, no te me pongas garrulo y sé amable con él. Pero por encima de todo, no olvides nunca que yo, como el cartero, siempre llamo dos veces.

Con todo mi amor,

tu Lanita