Daniel Bell (1919-2011) escribió que «durante la mayor parte de la historia humana, la realidad fue la naturaleza. En los últimos 150 años, la realidad se trasladó a la técnica, a las herramientas y las cosas hechas por el hombre. Ahora, la realidad es la sociedad”[1]. Las arrasadoras generalizaciones de Bell, resultarían menos exageradas si aceptásemos que, para él, la realidad se define por contener el aspecto más opaco, resistente e inmanejable de la experiencia humana. Ayer la realidad opaca fue la naturaleza; luego, la técnica; hoy, la sociedad.
La naturaleza fue opaca durante milenios. Sirviéndose de la ciencia, el humano trató de explicar el encadenamiento de ciertas cosas y la falta de encadenamiento de otras. Quiso explicar la causa y distinguirla de lo casual. Y consiguió resolver algún enigma (como las razones de por qué las cosas caen hacia abajo), aunque tuvo que rendirse frente a otros misterios cuyo intríngulis no supo desentrañar (como el por qué de ciertas enfermedades que las carga el diablo).
Al principio, el mundo de la técnica aparentó ser extraordinariamente racional, pensado para el éxito, para la eficacia: tanto esfuerzo pones, tantos resultados obtienes. Pero muy pronto se descubrió que la racionalidad del proyecto técnico no era sino una pamema (las lavadoras se estropeaban; los teléfonos móviles entorpecían nuestras vidas en lugar de facilitarlas…). La entropía acabó imponiendo su opacidad y hubo que aceptar que la técnica es limitada.
La realidad social —continúa Bell— también es opaca, resistente e inmanejable. En una sociedad tan compleja como la nuestra, el humano no sabe cómo actuar. Haga lo que haga, sus acciones son imprevisibles. Vivimos en un mundo tan enmarañado que los efectos de cualquier acto pueden resultar nefastos. Y eso sin pensar en las consecuencias no previstas de cualquier actuación. ¿Qué hacer, entonces? Obrar con precaución o, directamente, no hacer nada. Sólo el miedo y el estremecimiento —escribe Bell— pueden servirnos de guía en nuestra actividad social.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—Respecto a la naturaleza, instálese en la incertidumbre. No se deje atropellar por la ciencia ni el conocimiento. Acepte que el mundo es y seguirá siendo opaco.
—Respecto a la técnica, acepte que nunca colmará sus expectativas. Los instrumentos creados por el hombre son limitados y caducos. Cuanto menos cosas, cuantos menos prestaciones, menos problemas.
—Respecto a las relaciones sociales, quédese quieto. No haga nada o haga sólo lo imprescindible. Si la realidad social es opaca, resistente e inmanejable, más vale que permanezca callado y se aísle. Duerma. Disimule.
[1] Daniel Bell: “Culture and religion in a post-industrial age», Ethics in an Age of Pervasive Technology, Melvin Kranzberg, Boulder, Westview Press, 1980, pp. 36-37.