La persuasión y la retórica

La termita y la palabra


Carlo Michelstaedter, in memoriam. 

«Yo sé que hablo porque hablo pero no convenceré a nadie». El muchacho ha querido iniciar así la tesis con la que, seguramente, se licenciará. El muchacho, digo, tiene 23 años. 23 años y una vida a sus pies por estrenar. Es joven. Una brisa de amor arrulla su mirada. Gorizia, su ciudad, tiembla entre zureos de paloma y guiños clandestinos.

La noche del 16 de octubre de 1910 se ha ido a dormir temprano. Se encuentra mal o quizá no, qué más da. Está cansado y eso basta. Se desnuda. Poco a poco, mientras va dejando caer la ropa, aligera el polvo que el día ha incrustado en su alma. Qué más da. A media noche, unas ganas oníricas de orinar lo desvelan. No sabe si lo urge la vida holográfica o la vida terrenal pero intenta alcanzar el servicio. Al regreso, no puede conciliar el sueño. Un leve crepitar de tambor estira las solapas de la noche con persuasión pueril y volcánica retórica.

Amanece. Dolorido, la cabeza susurra relámpagos y astillas, mañanas y promesas. Sin prisa, o quizá con ella, o quizá no, qué más da, se viste para salir a la calle. Desayuna cualquier cosa. Un costrón de pan, por ejemplo. Sale. Bajo el brazo lleva un sobre grande. Marrón. Deshilachado. Como él. Como el mundo. Escribe su nombre. Una dirección. Una niña enhebra los rayos de sol en su melena amarilla. Un perro desganado ofrece sus ladridos y se desvanece. Hace frío. O quizá no, qué más da.

El muchacho regresa a la casa. Sabe que habla porque habla, que no va a convencer a nadie. Sin pensarlo dos veces o quizá sí, que más da, abre el cajón de su mesilla. Como un alacrán metálico, grazna un revólver al contraluz. Una detonación seca desata un afluente de sangre y encéfalo. El muchacho, tras un leve quejido, cierra los ojos cayendo a plomo sobre la cama. Se llama Carlo. Carlo Michelstaedter.

Días más tarde, a unos quilómetros, un profesor de la Universidad de Florencia o quizá no o sí, qué más da, rasga el sobre y extrae de su interior un dossier mal grapado. Sonríe. El título, «La persuasión y la retórica», le recuerda sus años juveniles. Cuando esa misma noche, leído ya el trabajo, piensa la nota que va a adjudicarle, el mundo ya ha olvidado a su autor. O no. O sí. O quizá, qué más da.

Siempre sucede eso cuando llueve. Uno duerme, siente ganas de orinar, se incorpora, besa, camina, avanza, baila, escribe, busca en el cuerpo de al lado el cuerpo del mar… Y toma el bus, el metro, el tren… y cientos de pendejos eructan en voz alta (con móvil o sin él) dándole la espalda a la discreción. Y quieres ser joven. Tener 23 años. Llamarte Carlo. Habitar una pequeña ciudad italiana en la frontera con Eslovenia. Y hablas. Hablas porque hablas sin ninguna pretensión de convencer. O quizá no. Qué más da.


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