La negación

Lengua de lagartija

 

Bernard Boursicot, contable de la embajada francesa en China, fue juzgado en París, a mediados de la década de los ochenta, por entregar información secreta a su amante, una bailarina de la Ópera de Pekín. Pero la bailarina era bailarín. En lugar de obrar el amor cara a cara, su compañero/a sentimental (como se dice ahora) le ofrecía generosamente la espalda. Toda la espalda, desde la nuca hasta la zona en que la anatomía se bifurca en dos muslos. Allí, en el oscuro y cálido eje de la bifurcación, la mitad de nuestra especie está provista de un par de desfiladeros, cada uno con diferente especialidad. El bueno de Boursicot introducía su lanza de amor por la rambla destinada a descomer, que para muchos humanos es también fuente de inefables placeres, ¿por qué no?, pero nunca estuvo relacionada con la reproducción humana. Para esto último debe usarse el cauce de acceso frontal, y el cándido contable francés quería creer que era allí donde ponía en remojo su ardiente pértiga. Lo creía o deseaba creerlo, hasta el punto de aceptar como suyo el niño que la/él intérprete de Madame Butterfly le puso en sus brazos en 1975.

Se llamaba Shi Peipu (no el niño: el agente chino), y llegó a Francia, en calidad de cónyuge de Boursicot, en 1982. Cuando ambos fueron detenidos por espías el contable aseguró que había sido engañado. ¿Lo engañaron o quiso dejarse engañar? Está claro que este suceso esperpéntico, que rescató el cine en la memorable película de David Cronenberg, Madame Butterfly (1993, véanla, no tiene desperdicio, actúa Jeremy Irons), es un caso patente de lo que Sigmund Freud denominó “síndrome de negación”. La negación, se llama el texto clásico del sabio judeo-austriaco, que posteriormente Anna, su hija, incluyó entre los mecanismos de defensa.

Algunos ejemplos:

1) Bernard Boursicot no quiso aceptar que su Madame Butterfly tenía de femenino tanto como un toro bravo o el gorila King Kong.

2) La mayoría de la población de Argentina, que apoyó la Guerra de las Malvinas, decía no saber nada de las desapariciones de sus compatriotas, así como tampoco aceptaban que el idolatrado Maradona era un drogata consumado.

3) Los alemanes nunca se enteraron de que sus compatriotas judíos: hombres, mujeres, ancianos y niños, eran gaseados e incinerados en los campos de exterminio; los tarados neonazis de hoy (tanto los ilustrados como los patéticos skin-heads) insisten en negar el Holocausto.

4) Los defensores del capitalismo duro se ponen a silbar cuando se les menciona la miserable explotación infantil que llevan a cabo en Asia las grandes marcas.

5) Los católicos a ultranza esgrimen razonamientos sofísticos cuando se les mentan las riquezas de la Iglesia en relación con las enseñanzas de Jesús y los pobres del mundo. En lo que hace a la Inquisición, Galileo y Copérnico, fueron errores de otro tiempo: los de hoy se lavan las manos.

6) Los comunistas nostálgicos no acaban de aceptar que el invento resultó un fracaso criminal y culpan a Stalin de tanta sangre, como si este no fuera serpiente de los mismos huevos de los que salieron Lenin, Mao y Pol Pot.

7) Los “progres” de cóctel y salón despotrican contra la pena de muerte en los USA, pero mantuvieron la boquita cerrada cuando Fidel Castro fusiló a sus ex compinches Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia.

Y 8), 9), y 10), y 11), y… La ristra de formas que adopta la negación es interminable. Agregue usted las que conozca.

Pero la negación tiene su lado positivo la actitud que en ocasiones asumen los enfermos terminales: esperan un milagro o, simplemente, no aceptan la muerte. Tal vez para muchos constituya un bálsamo. No obstante, en el campo de los criterios que contribuyen a formar la opinión pública, es una tara moral e intelectual. Es que a Freud se le anticipó Cervantes: “Sostenella pero no enmendalla”.